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Cuando el oportunismo se apoderó de la razón.



Dicen que en política la forma es fondo, pero qué pasa cuando el fondo tiene en realidad un trasfondo marcado por el egoísmo anacrónico electoral, ni lógico ni ideológicamente coherente.

Qué pasa cuando las alianzas de facto no cuentan con proyectos de gobierno pensados y razonados. Qué pensar cuando el abuso de poder se vuelve una constante, desde el nivel más nimio de gobierno hasta las puertas de la casa presidencial, para quienes el tráfico de influencias y el soborno son una mera práctica cotidiana, independientemente de las siglas que los han llevado al poder.

Pasa que la sociedad se harta, se fastidia de la demagogia y la desfachatez, se organiza y moviliza para dar marcha a un cambio de sistema, al menos eso pasa en las sociedades con un nivel mínimo de autocritica. Pero debemos ser cautos, por que el cambio no es dable ni posible cuando no existe proyecto ni liderazgos capaces de aglutinar el desánimo para transformarlo en auténtico proyecto de nación.

De modo que nada más falso y ocioso resulta en estos tiempos que el discurso de la república amorosa como sutil mensaje de esperanza desesperanzadora.

Digámoslo con todas sus letras, en México la democracia no es sino una cortina de humo electoral que arropa a una camarilla de partidos políticos que ha hecho mucho daño al país.

Recordemos, en el año 2000 Vicente Fox canalizó el desánimo combinando la expectativa de jóvenes que el bono demográfico de la época le permitió, para lograr la alternancia electoral con suma legitimidad. Nada más lamentable fue que el hombre pendenciero de campaña se volviera en el gobernante timorato que no fue capaz de dar marcha a reformas de gran calado que lograra no sólo la alternancia electoral sino el cambio y renovación de las actitudes de una burocracia enquistada en la corrupción, seis años bastaron para saber que de discursos ilusos un gobierno no puede existir ni perdurar, la historia lo reprocha por su altivez frente al poder de facto, la misma ante la que sucumbió su sucesor y ahonda hoy en día a la actual figura presidencial, cada vez más desaprobada por la sociedad.    

Bajo este escenario, la llamada generación perdida, en la que me incluyo, debe ser más crítica frente al avance del político de masas, aquel al que ni tardos ni perezosos los políticos de todas las corrientes abanderan como su redentor, aquel al que ahora las desbandadas se unen  por coincidencias meramente electorales cuando las posibilidades de éxito en sus partidos de origen son poco claras, un político cuya principal incongruencia radica en no aceptar la crítica y seguir siendo parte de un sistema que se eclipsa en las prerrogativas que le permiten el posicionamiento mediático y los recursos de los que tanto se lastima, colocándolo en apariencia como el rival a vencer. A él y sus seguidores les pregunto, qué lógica tiene recibir prerrogativas siendo más coherente para generar credibilidad el formar un comité de financiamiento ciudadano auditado día a día mediante mecanismos escrupuloso de transparencia de “peso gastado peso comprobado”. 

Este simple cuestionamiento es la base para derrumbar la figura de un gigante de arena quien se mimetiza en el discurso de cansancio y hastío ciudadano, tan banal como su crítica sin autocrítica, la misma que aglutina masas y políticos defenestrados, oportunistas que sólo buscan la revancha electoral o la posibilidad de aprovechar la coyuntura pragmática para llegar a saquear, sin pensar en las necesidades reales de un país que requiere un cambio de actitud para gobernar.   

Ávidos de poder, partidos y políticos, como el incauto que compra un billete de lotería, estiman que la sola persona de Andrés Manuel López Obrador, bajo la arenga de cambio, es suficiente para acabar con la corrupción y los impresentables, los mismos de los cuales ahora él también se rodea, pero seamos honestos el cambio tan llevado y traído por nuestra nefasta clase política requiere más que un discurso incendiario para combatir los absurdos del poder, requiere una política renovada que es poco creíble concebir en nuestra actual democracia dominada por intereses de facción.


Sí, Octavio Paz señaló que las masas más peligrosas son aquellas en cuyas venas ha sido inyectado el veneno del miedo, del miedo a un cambio, un cambio necesario y obligado, que no es posible con oportunistas y narcisista.

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