El 19 de Septiembre marca ya un antes y
un después para comprender la dimensión de la movilización social y la acción
colectiva orientada a las virtudes humanitarias de la unidad, la sinergia y el
sentido de solidaridad.
La juventud despertó de su letargo, se
remango las mangas y salió del aislamiento y comodidad de sus redes sociales
para levantar a México de entre los escombros y darle un suspiro de esperanza.
La tarde del 19 de septiembre llamó a la unidad
y a la movilización juvenil ante la desgracia, su liderazgo ha sido el
principal factor para que la tragedia no escalara a dimensiones insospechadas.
La juventud maximizó su talento y, su
fortaleza se convirtió en la entereza que tendió la mano al desvalido para
brindarle consuelo.
Un movimiento diferente por sus
compontes, alimentado por el hastió y cansancio hacia nuestra torpe clase
gobernante, deja de lado la hipótesis de tener una generación perdida,
subestimada entre la crisis de la realidad y las expectativas. Un reacomodo
social necesario y sin precedentes por su estructura horizontal.
El seísmo ha dejado una huella
imborrable, pero más allá del sentimiento de tristeza por los cientos de vidas
humanas que perecieron, nos deja una nueva matriz estructural.
¿Por qué? Porque el modelo contractual tradicional de entender al
ciudadano como una pieza más del Estado quedo atrás, dando paso al
empoderamiento de un movimiento juvenil que marcará un hito por la pérdida de
centralidad del gobierno frente a un renovado ciudadano cosmopolita, el
ciudadano arquetipo de su futuro.
Los movimientos precedentes (Ayotzinapa y
Yo soy 132) serán vistos sólo como el ensayo del renacer de la juventud mexicana,
aquella primavera mexicana que tanto se esperaba es hoy una realidad.
La juventud que un día ante la desgracia
levanta su voz, cerrando el puño y alzando el brazo para exigir a sus
gobernantes guarden silencio ante su desfachatez e incompetencia, para luego
exclamar: “es nuestro momento.”
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