Mucho se ha especulado sobre la denominada “campaña blanca” para anular los votos durante la próxima elección; se ha dicho que es una campaña orquestada por dos partidos políticos para seguir manteniendo su estatus quo de poder, sin embargo hay un par de elementos que bien valdría la pena analizar para considerar en esta elección: el primero de ellos sin duda tiene que ver con el déficit político que padecemos; el segundo elemento es la delimitación del sector de potenciales votantes hacia donde se orienta esta campaña mediática, es decir, el sector académico y clases medias, donde se encuentra el llamado “voto indeciso”, ya que el voto duro de las principales fuerzas políticas está más que identificado. De estos dos elementos podemos decir, como bien lo señalara Denise Dresser, que “anular es votar”. Es participar. Es ir a la urna y depositar una boleta para expresar el descontento con un sistema democrático mal armado, que funciona muy bien para los partidos pero muy mal para los ciudadanos. Construimos una democracia parcial con cimientos aún muy endebles en la cual se tiene la capacidad de votar pero no de sancionar, de exigir cuentas a nuestros representantes, de valorar con estrictos indicadores de resultados el impacto y pertinencia de su trabajo legislativo; más aún: nuestro sistema es tan endeble que los perfiles de los cientos de candidatos que cada tres años compiten por una curul todavía es muy bajo; de ahí la falta de propuestas, de debates argumentados. Esto es, en efecto, lo que hemos hecho: votar por personas a quienes nunca volvemos a ver, cuyo comportamiento en el Congreso desconocemos, cuyo incentivo para representarnos es nulo porque al final de su periodo saltarán a otros puestos o espacios dentro de la nomenclatura de sus institutos políticos. Porque no hay reelección pero hay trampolín; porque nos otorgaron la capacidad para llevar a alguien al poder pero no contamos con instrumentos para asegurar que lo ejerza en nuestro nombre.
De ahí creo que la anulación no busca acabar con la democracia sino aumentar su calidad y su representatividad. La anulación no intenta dinamitar el sistema de partidos sino mejorar su funcionamiento, vigorizar nuestras instituciones para evitar abusos en el poder. Es al el único mecanismo (imperfecto) que nuestra democracia nos ofrece para expresarnos, para decirles a los políticos que estamos hartos de sus estupideces. Porque llevamos años pidiendo que los partidos democraticen el sistema sin que lo hagan. Porque llevamos años exigiendo que combatan la corrupción sin mostrar la menor disposición. Porque llevamos periodo legislativo tras periodo legislativo de bancadas que congelan iniciativas prometidas durante la campaña y archivadas cuando llegan al poder; con bancadas que actúan por intereses económicos más que ciudadanos. Porque queremos ayudar desde afuera a quienes intentan reformar desde dentro, ayudar a quienes enfrentan cotidianamente la resistencia de partidos autistas que defienden intereses enquistados.
Ya vimos que no basta crear más partidos políticos: no es permisible gastar tanto en un sistema de partidos corto en las expectativas ciudadanas y que acaba corrompiéndose para sobrevivir. No basta con cabildear a los legisladores, si su futuro no depende de escuchar a los ciudadanos sino de disciplinarse ante su líder parlamentario o algún poder fáctico, como los gobernadores o los empresarios. No basta con organizar otro foro (como los tantos que hubo en torno a la reforma del Estado) para fomentar la discusión si ese foro terminará ignorado y sólo sirva para la anécdota académica. El problema fundamental del sistema político es la ausencia de mecanismos que le den a la ciudadanía una verdadera representación. Los incentivos del sistema político están mal alineados: los legisladores no necesitan escuchar a la ciudadanía ni atender sus reclamos porque la longevidad política no depende del buen desempeño en el puesto. Entonces, la anulación no busca destruir el andamiaje institucional sino centrar la atención en sus imperfecciones y en lo que falta por hacer para mejorar nuestro sistema político-electoral.
De ahí creo que la anulación no busca acabar con la democracia sino aumentar su calidad y su representatividad. La anulación no intenta dinamitar el sistema de partidos sino mejorar su funcionamiento, vigorizar nuestras instituciones para evitar abusos en el poder. Es al el único mecanismo (imperfecto) que nuestra democracia nos ofrece para expresarnos, para decirles a los políticos que estamos hartos de sus estupideces. Porque llevamos años pidiendo que los partidos democraticen el sistema sin que lo hagan. Porque llevamos años exigiendo que combatan la corrupción sin mostrar la menor disposición. Porque llevamos periodo legislativo tras periodo legislativo de bancadas que congelan iniciativas prometidas durante la campaña y archivadas cuando llegan al poder; con bancadas que actúan por intereses económicos más que ciudadanos. Porque queremos ayudar desde afuera a quienes intentan reformar desde dentro, ayudar a quienes enfrentan cotidianamente la resistencia de partidos autistas que defienden intereses enquistados.
Ya vimos que no basta crear más partidos políticos: no es permisible gastar tanto en un sistema de partidos corto en las expectativas ciudadanas y que acaba corrompiéndose para sobrevivir. No basta con cabildear a los legisladores, si su futuro no depende de escuchar a los ciudadanos sino de disciplinarse ante su líder parlamentario o algún poder fáctico, como los gobernadores o los empresarios. No basta con organizar otro foro (como los tantos que hubo en torno a la reforma del Estado) para fomentar la discusión si ese foro terminará ignorado y sólo sirva para la anécdota académica. El problema fundamental del sistema político es la ausencia de mecanismos que le den a la ciudadanía una verdadera representación. Los incentivos del sistema político están mal alineados: los legisladores no necesitan escuchar a la ciudadanía ni atender sus reclamos porque la longevidad política no depende del buen desempeño en el puesto. Entonces, la anulación no busca destruir el andamiaje institucional sino centrar la atención en sus imperfecciones y en lo que falta por hacer para mejorar nuestro sistema político-electoral.
Comentarios
Publicar un comentario