Por demás incongruente resulta la sugerencia del periodista y empresario culinario Jesús Manuel Hernández de distinguir como “poblanisimo” a un personaje de la clase política que en su quimera mental cree tener verdaderas raíces e identidad poblana, pues la “poblanidad” es más que una simple constancia de ciudadano expedida por el Congreso, es más que imitar formas de ser y hablar; es identidad y raigambre cultural, lo anterior lo comento por la estrategia anticipada que un grupo de personajes desean realizar para ungir con esta distinción al llamado gallo del priísmo poblano rumbo al aún lejano 2010, Javier López Zavala, resulta a todas luces patética.
Joseluis Ibarra Mazari en uno de sus balcones titulado “Los Poblanos, nosotros” señalaba la siguiente crónica que bien valdría la pena reflexionaran muchos de estos políticos y personajes snobistas de nuestro ambiente citadino: “Haciendo a un lado a los “aldeanitos”, es decir: los poblanos incontables que al vivir en la capital “echan pestes” de sus paisanos, con lo que consiguen desacreditarse en lo personal, se debe considerar el hecho de que vivimos en una ciudad fundada por contemplativos… Por eso al principio, tuvimos tarea básica ver trabajar a los demás mientras aprendíamos a charlar (con el indiscutible condimento de la crítica)… y todas las demás aptitudes y actitudes que son lo mejor del ocio. Y así durante siglos, en que nos hicimos justificada fama de cultos, finos y criticones (de lo que ahora sólo es válida la última, por cierto)”. Se nos critica y se utiliza como justificación de muchos acontecimientos políticos, el hecho histórico de que Puebla recibiera a los extranjeros en 1862, situación que no fue particularidad sólo de nuestra ciudad sino de la totalidad de poblaciones mexicanas; se nos critica también de conservadores amparados en la riqueza arquitectónica de nuestras templos, aunque en la realidad ni siquiera los conocemos por su ubicación, bien dijera nuestro amigo Ibarra Mazari somos “Barrocos hasta el delirio”.
Todo lo anterior no justifica el oportunismo de unos cuantos para hacer de nuestras costumbres y particular forma de ser el punto de inflexión para alcanzar sus prostituidos intereses políticos. Pues resulta en este tiempo irrisorio el seguir utilizando los medios de la representación política y la administración pública para seguir desinformando y manipulando el voto ciudadano; resulta también ofensivo el seguir utilizando discrecionalmente el erario público en programas para promover la imagen de un político a través del Programa Unidos para Progresar, que hasta hoy no ha sido capaz de demostrar verdaderos resultados cualitativos ni cuantitativos de desarrollo y progreso para Puebla y los poblanos, puesto que las acciones de repartir grava, laminas y demás utilitarios son simples acciones populistas que están alejadas de una verdadera focalización de gestión.
Todo lo anterior nos lleva a concluir que en Puebla hay una carencia de liderazgos, en donde cualquier sujeto sin preparación alguna, oportunista y sin idea alguna de lo que es el ser “poblano” pretenda afanarse de un cargo para alcanzar una gubernatura.
Ello nos demuestra que el cinismo, la estupidez y la retorica es la principal carta de presentación de la clase política poblana en nuestros días. Dónde quedan pues aquellas delicias barrocas a las que se refiriera Ibarra Mazari y que en otras épocas nos caracterizaron como gente culta, dónde queda pues la congruencia de la “poblanidad”.
Joseluis Ibarra Mazari en uno de sus balcones titulado “Los Poblanos, nosotros” señalaba la siguiente crónica que bien valdría la pena reflexionaran muchos de estos políticos y personajes snobistas de nuestro ambiente citadino: “Haciendo a un lado a los “aldeanitos”, es decir: los poblanos incontables que al vivir en la capital “echan pestes” de sus paisanos, con lo que consiguen desacreditarse en lo personal, se debe considerar el hecho de que vivimos en una ciudad fundada por contemplativos… Por eso al principio, tuvimos tarea básica ver trabajar a los demás mientras aprendíamos a charlar (con el indiscutible condimento de la crítica)… y todas las demás aptitudes y actitudes que son lo mejor del ocio. Y así durante siglos, en que nos hicimos justificada fama de cultos, finos y criticones (de lo que ahora sólo es válida la última, por cierto)”. Se nos critica y se utiliza como justificación de muchos acontecimientos políticos, el hecho histórico de que Puebla recibiera a los extranjeros en 1862, situación que no fue particularidad sólo de nuestra ciudad sino de la totalidad de poblaciones mexicanas; se nos critica también de conservadores amparados en la riqueza arquitectónica de nuestras templos, aunque en la realidad ni siquiera los conocemos por su ubicación, bien dijera nuestro amigo Ibarra Mazari somos “Barrocos hasta el delirio”.
Todo lo anterior no justifica el oportunismo de unos cuantos para hacer de nuestras costumbres y particular forma de ser el punto de inflexión para alcanzar sus prostituidos intereses políticos. Pues resulta en este tiempo irrisorio el seguir utilizando los medios de la representación política y la administración pública para seguir desinformando y manipulando el voto ciudadano; resulta también ofensivo el seguir utilizando discrecionalmente el erario público en programas para promover la imagen de un político a través del Programa Unidos para Progresar, que hasta hoy no ha sido capaz de demostrar verdaderos resultados cualitativos ni cuantitativos de desarrollo y progreso para Puebla y los poblanos, puesto que las acciones de repartir grava, laminas y demás utilitarios son simples acciones populistas que están alejadas de una verdadera focalización de gestión.
Todo lo anterior nos lleva a concluir que en Puebla hay una carencia de liderazgos, en donde cualquier sujeto sin preparación alguna, oportunista y sin idea alguna de lo que es el ser “poblano” pretenda afanarse de un cargo para alcanzar una gubernatura.
Ello nos demuestra que el cinismo, la estupidez y la retorica es la principal carta de presentación de la clase política poblana en nuestros días. Dónde quedan pues aquellas delicias barrocas a las que se refiriera Ibarra Mazari y que en otras épocas nos caracterizaron como gente culta, dónde queda pues la congruencia de la “poblanidad”.
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