Diego: las hipótesis de un misterio
José Elías Romero Apis
Se han escuchado muchas versiones sobre la desaparición del panista. Aquí un esfuerzo por sintetizarlas y sistematizarlas
Excélsior 31.05.10
El político y el amigo
José Elías Romero Apis
Se han escuchado muchas versiones sobre la desaparición del panista. Aquí un esfuerzo por sintetizarlas y sistematizarlas
Excélsior 31.05.10
El político y el amigo
Durante muchos años, he tenido a Diego Fernández de Cevallos, en lo sucesivo DFC, como un talentoso político y como un noble amigo. Del político se han ocupado muchas plumas más calificadas que ésta. Tan sólo me limitaría a anotar que siempre lo he identificado como un político paradigmático.
Con lo anterior quiero decir que siempre lo he advertido como un hombre congruente con su posicionamiento. Sobre todo, eso lo viví de cerca cuando ambos fuimos congresistas y logramos, juntos, hacer algo bueno por nuestros respectivos partidos y por nuestro país común.
Es un panista que piensa, habla y actúa como panista. Eso me parece esencial en la política de verdad, la única en la que creo. En lo personal, por eso me he esforzado para ser claro en pensar, en hablar y en actuar como priista. Cuando se practica así, la política es un juego delicioso, como el dominó cuando se juega con quienes saben jugarlo. Pero cuando hay que tratar con panistas que hablan como priistas o con priistas que piensan como panistas, el juego se torna aburrido, exasperante y hasta indignante. Son aquellos políticos que, como los malos jugadores, nos tapan la jugada, nos “ahorcan las mulas” o les facilitan la salida a los contrarios.
Ahora quiero referirme al amigo. No recuerdo quién me lo presentó ni la fecha de ello. Quizá fue Carlos Salinas de Gortari o Francisco Labastida Ochoa. Pero un solo hecho me dio cuenta de su calidad de amigo, al acudir a mi oficina de procuración de justicia para interceder por un amigo suyo, también prominente político panista. Lo solicitado era muy sencillo, muy legítimo y muy conveniente para el solicitante y hasta para sus contrarios. Servirlo era lo más indicado.
Sin embargo, lo importante para mí fueron dos cosas que me parecieron mayores. La primera, que el intermediario no fue a pedir para él sino para su amigo. La segunda, que desde entonces me guardó amistad y agradecimiento, regalos ambos que nunca me brindó el interesado directo. La gratitud, al igual que la amistad, son calidades de los superiores, no de todos.
Mi paso por el gobierno me hizo aprender a valorar a aquellos que no piden para sí mismos, sino para sus amigos. Recuerdo a otro abogado, con quien me ligaba una profunda antipatía recíproca, pero hizo a un lado su repulsión para ir a rogarme justicia para un amigo suyo, pobre y desvalido, además de injustamente perseguido. Con la actitud suya y la mía, nos convertimos en buenos amigos.
Recuerdo, también, que me contaron del ex presidente Adolfo López Mateos, ya enfermo y severamente impedido, cuando se presentó ante el entonces nuevo procurador de la República, para interceder por un amigo suyo, en calidad de abogado no de ex mandatario.
Por esas credenciales de alteza quise apropiarme de la amistad de Fernández de Cevallos y lo logré. Nunca dejo ir a un amigo valioso, porque con ellos se ha enriquecido mi vida. Tiempo más tarde yo requerí su intervención para que ayudara a un amigo mío ante un funcionario de gobierno, también panista. Se aplicó con tanto agrado que hasta me invitó a comer para, con ello y sin decirlo, señalar que servirme era, para él, un placer y no una carga. Que él sentía que no me hacía un favor sino que yo le brindaba un privilegio.
Muchas otras cosas han pasado entre nosotros. Como dije al principio, muchas veces nos enfrentamos sirviendo a nuestras creencias y partidos. Siempre con alteza y siempre salvando nuestra amistad, sin claudicar en nuestras obligaciones y convicciones. También, muchas veces nuestros credos pudieron asociarse para servir a la nación. No omito decir que la profesión nos enfrentó en unas ocasiones y nos asoció en otras. En dos casos muy importantes estuvimos del lado contario. Uno lo ganó su bufete y otro el mío. En los que estuvimos del mismo lado, siempre vencimos juntos.
Por esas razones de amistad he tenido semanas de preocupación ante la ignorancia de su paradero. Me angustia como amigo pero, además, me inquieta como mexicano. He escuchado muchas versiones hipotéticas. Algunas formuladas por expertos en estas cuestiones delincuenciales. Otras, por hombres talentosos, aunque no necesariamente conocedores de lo criminalístico. Otras más, en fin, expresadas por personas de vida común. Varias de estas hipótesis son contradictorias y, algunas, muy desconcertantes.
Pero todas ellas existen en el pensamiento y la creencia de quienes ven en este suceso un fenómeno misterioso y, todavía, no descifrado. Por ello, vale el esfuerzo de agruparlas, sintetizarlas y sistematizarlas esquemáticamente en lo que he clasificado como siete espacios hipotéticos.
Primera hipótesis: un secuestro común. Esta fue la primera idea que se instaló al tenerse noticia del suceso, en un primer momento calificado y denominado como “desaparición”. Dos razones fueron las que apuntalaron esta primera hipótesis dentro de la opinión pública. La primera, que se trata de una persona acaudalada o, por lo menos, con la fama notoria de ser muy rica. La segunda, que, según se dice, gusta de rehuir todo tipo de protección. No utiliza vehículos blindados, no lo protegen escoltas y, aunque esto último lo he escuchado contradictoriamente, hay quienes aseguran que no porta armas. Todo ello, en conjunto, lo pudo haber hecho un blanco atractivo, además de fácil.
Durante los días posteriores al suceso, esta hipótesis fue robusteciéndose. En primer lugar, por una razón muy propia de abogados, pues, como dijimos, se empezó hablando de una “desaparición” de persona. En estricto rigor jurídico, una desaparición no es indicativa de la comisión de un delito y, por ello, no es materia competencial de las procuradurías, sean éstas locales o federal. Es, por ejemplo, el caso de cuando el marido o los hijos no regresan a casa a la hora usual y a la esposa o padres se les ocurre denunciar ante el Ministerio Público, mismo que, por lo dicho, se resiste a levantar un acta e iniciar una averiguación previa.
Para esos casos las procuradurías han dispuesto una ventanilla especial donde se levanta una pseudoacta y se inicia una pseudoaveriguación para darles a los angustiados familiares una especie de “tenmeacá”. Más aún, el gobierno ha instalado líneas telefónicas de localización que atienden muy cortésmente a los requirentes. Pero esto sólo subraya el carácter no delictivo de la tal desaparición. Muy distinto es si ya se presentan indicios delictivos, como lo pueden ser que alguien haya visto que se llevaron o levantaron al desaparecido o, bien, que alguien se haya comunicado para exigir algo a cambio o, por lo menos, que algún anónimo informe de la sustracción o retención de una persona, que no su simple desaparición.
Pero cuando las autoridades informaron que los procuradores estaban a cargo del asunto y, además, hasta coordinados en varios estados y potestades, los abogados supusimos que, si no se trataba de un traspié por ignorancia jurídica, de lo que se trataba era de un verdadero secuestro. A esto se sumaba el dato de que el suceso se había realizado casi con sigilo y, posiblemente, por personas cercanas a la confianza de DFC.
Adicionalmente, en los siguientes días, el ex procurador Antonio Lozano Gracia, muy amigo de DFC y, en nombre de la familia de éste, solicitó públicamente a las autoridades que dejaran de intervenir para no entorpecer las negociaciones y, no recuerdo si lo dijo él o algún comentarista, para preservar su integridad. Las autoridades, de inmediato, procedieron como les fue solicitado. No sabemos si se retiraron o simularon hacerlo. Eso no es importante. Pero sí lo es que actuaron por lo menos con un mínimo de certidumbre en la situación de DFC y hasta de que su vida se ha preservado.
Por último, el hecho de que en más de medio mes no se haya informado nada ni se haya encontrado a DFC o su cuerpo, da indicaciones de que puede ser un secuestro, que éste se encuentra en proceso de negociación y, lo más importante para quienes le guardamos afecto y amistad, que su vida se ha respetado.
Segunda hipótesis: una agresión directa. Esta hipótesis surge de la idea de que DFC pudo haber sido agredido, contra su libertad o contra su integridad, por alguna persona molesta con él, en función de alguna rivalidad política, de alguna adversidad profesional o hasta de algún incumplimiento promisorio. Esto habría llevado al autor del suceso a una vendetta o a algún “ajuste”.
A muchos de quienes hemos escuchado esta teoría, nos aleja mucho del convencimiento. En primer lugar, porque este tipo de prácticas terminales no son comunes en la vida política mexicana actual. Por lo menos en la política civilizada y de altos vuelos, donde se ha movido DFC. Además, porque para muchos analistas se trata de un político cuyo peso específico se advierte un tanto decaído.
Por lo menos para la clase política existe la idea de que DFC no las tiene todas con el actual gobierno. Más aún, hay quienes consideran que fue un político mucho más poderoso con Carlos Salinas o con Ernesto Zedillo que lo que lo fue con Vicente Fox o lo que lo es con Felipe Calderón. No se soslaya que mucho de la designación de Fernando Gómez Mont o de Arturo Chávez pueda deberse a su influencia, a su gestión o a su astucia. Pero, por otro lado, se dice que su poder decisorio en el PAN, en el Congreso de la Unión o en las gubernaturas locales ha venido a menos. Esto contradice a quienes suponen que algún medroso actuara delictivamente contra un personaje cuya capacidad de acción ha decaído.
En segundo lugar, algo parecido acontecería con algún adversario litigioso. Los abogados mexicanos no dirimimos nuestras contiendas con pistolas y la mayoría de las veces no nos enconamos por defender a clientes opuestos. Los que están peleados son nuestros representados no los abogados. Nosotros somos como los deportistas que hoy estamos en el mismo club y mañana disputamos la final del campeonato con distintas camisetas, pero tan amigos como siempre.
Por último, la idea de un ajuste de cuentas resulta, también, complicada de creer. Hasta donde se sabe, DFC no gustaba de tener tratos profesionales con quienes deciden sus pleitos con la vida de los demás. Si, como lo creemos, toda su clientela era normal, esta hipótesis cae por sí sola.
Pero lo más importante para descontar esta segunda hipótesis es el tiempo trascurrido. Los que ajustan o ajustician no gustan de la discreción. Antes, al contrario, cuando actúan, de inmediato van a tirar a sus víctimas al zócalo del pueblo o en el primer puente carretero, bien sea completo o en fragmentos. Pero la incógnita del paradero, por varias semanas, induce a descartar esta siniestra hipótesis.
Tercera hipótesis: un secuestro político. Esta posibilidad constituye algo verdaderamente grave para la salud del Estado mexicano. Consistiría, también, en un secuestro pero, a diferencia del anterior, no con la finalidad de obtener un rédito pecuniario sino de obligar al gobierno a hacer o a entregar algo. Ese “algo” lo mismo puede ser la excarcelación de algunos reos, la derogación de alguna norma o la permisividad de alguna conducta.
Lo primero que nos reporta esta hipótesis es su aparente fantasiosidad, pero debemos recordar que secuestros de naturaleza política han sucedido en muchas latitudes y no solamente son producto del guión cinematográfico o de la novela de suspenso. El secuestro con propósito político ha sucedido en Europa y en Sudamérica, por tan sólo mencionar algunas regiones parecidas a la nuestra.
Vale, desde luego, mencionar que ese “algo” con lo que pretendería satisfacerse el reclamante no sólo conlleva la finalidad de su obtención sino, sobre todo, de “arrodillar” al gobierno tanto con la concesión como con la negativa. Con una quedaría marcado de debilidad, y con la otra quedaría señalado de insensibilidad. Pero, en buena técnica de sometimiento político, la exigencia planteada tendría que ser accesible y concedible. Porque exigir, por ejemplo, la renuncia presidencial es no sólo imposible sino, también, inaceptable. El gobierno ganaría “la mano” con la mayor facilidad. Su renuencia sería respaldada por la opinión pública.
Pero, por el contrario, si la exigencia fuera algo razonablemente aceptable, el gobierno quedaría ante la disyuntiva incómoda que hemos mencionado.
Al igual que la anterior, la posibilidad de esta hipótesis tranquiliza a quienes deseamos la preservación de la integridad de DFC, aunque constituye el ingreso a un escenario de descomposición criminógena-política que sería muy lamentable para nuestro país.
Cuarta hipótesis: un desafío político. Un poco emparentada con la anterior, esta posibilidad también llevaría una finalidad del orden político, aunque no por la vía de la obtención de algo y del consecuente sometimiento del gobierno sino a través de un acto que lo marcara en un profundo desprestigio y se plantea como algo de siniestras expectativas.
Consistiría esta hipótesis en que el suceso hubiere sido cometido por algún grupo delincuencial, como un cartel o, bien, por algún grupo político de operación subversiva. El objetivo, demostrar la ineficiencia gubernamental no sólo para resolver el misterio de este caso sino hasta para conocer el paradero de la víctima.
La mecánica de esta hipótesis consistiría en no tener comunicación alguna de parte de los autores. Conservar al retenido o, peor aún, sus restos, durante un tiempo prologado de varios meses de incertidumbre y de fracaso en la investigación. Quizá pudiera llevarse al extremo de que nunca jamás quedara resuelto. Con esto, de nueva cuenta nos asalta la incredulidad por exceso de fantasía. Pero repetimos que estos enigmas irresolutos han existido en la realidad hasta de sociedades muy equipadas para la investigación. Tan sólo baste recordar el caso Hoffa, cuyo paradero se ha ignorado en casi medio siglo.
Una variante de esta posibilidad consistiría en la intención de no desprestigiar al Estado sino tan sólo a este gobierno, y que los autores soltaran la información hasta una vez concluido el sexenio actual.
Como sea, se trata de una de las hipótesis más graves e indeseables de cuantas hemos escuchado. Por ello, no es tanto la razón sino el mero afecto el que nos lleva, inconscientemente, a rechazarla y repudiarla.
Segunda y última parte
Quinta hipótesis: un asunto pasional. Mi amistad con Diego Fernández de Cevallos, en lo sucesivo DFC, no me ha llevado al extremo de ser testigo de su vida sentimental, pero sí me ha colocado en la situación de charlar con él, hasta guasonamente, sobre algo que parece muy del dominio público. Me refiero a su gusto por disfrutar el amor y sus colateralidades, como el sexo, entre otras muchas.
Este perfil ha llevado a varios a suponer que este suceso pudo haber sido la consecuencia de algún enojo o malquerencia provocados por el despecho de alguna enamorada o por el coraje de algún ofendido. Así pues, que en un acto de arrebato hubiere sido herido y, con el posterior susto, hubiere sido remitido a la atención médica indispensable.
La hipótesis se sostenía por algunos datos que llegaron a la opinión pública. Uno, que pudo haberse cometido por personas cercanas y hasta de confianza. Otro, que hubo algún rastro hemático en el lugar de la desaparición. Tercero, la incomunicación de algún grupo delincuencial.
Pero otros factores se han venido oponiendo a esta posibilidad. Entre ellos, el paso del tiempo sin revelación del enigma, lo cual no sería explicable. Pero, sobre todo, que DFC es un hombre maduro e inteligente, y los hombres de esas características ni maltratan enamoradas ni ofenden maridos. Por el contrario, son francos, prácticos y predecibles. En su disfrute amoroso nadie queda agraviado ni enojado. Ni jovencitas embarazadas y abandonadas, ni padres humillados y entristecidos, ni esposos o pretendientes despechados y enfurecidos.
Sexta hipótesis: un acto de represión. Esta hipótesis nos lleva, también, a cierta incredulidad, pero la mencionamos porque la hemos escuchado. Se enuncia a partir de una premisa que cuesta trabajo creer. Dicen los que la plantean que DFC había llegado a un peligroso nivel de oposición gubernamental, la cual inquietó y hasta asustó a los altos niveles del gobierno. Que pretendía desestabilizar al Estado mexicano, bien por la vía de la disidencia política o bien por la vía de la revolución.
Que, entre sus proclamas estarían la dimisión del presidente Calderón, su expulsión del PAN, junto con la de sus amigos cercanos y hasta la de Vicente Fox, la recomposición de un gobierno de coalición con fuertes tintes priistas y la realineación ideológica de la política mexicana con sólidos propósitos sociales.
Que, ante ello, el gobierno no tuvo otra opción que la de secuestrarlo para “leerle la cartilla” o para ultimarlo en caso de su pertinaz renuencia. Vamos, que el gobierno asumió los riesgos políticos de una represión delictiva, pero con el noble y heroico fin de salvaguardar la estabilidad de la nación y de sus instituciones. O bien, que el gobierno se vistió al más puro estilo gorilesco latino de los años 50.
Para muchos observadores y escuchas, esta es de las hipótesis menos confiables. Sobre todo para aquellos que hemos tenido un contacto estrecho con la política y una relación amistosa con DFC. Vamos primero a esto último y hablaré por mí y no por otros amigos. Yo veo en DFC, como lo he dicho, un político que disiente de este gobierno en muchos aspectos, así como ha disentido del anterior y de los pasados gobiernos priistas. Pero lo veo como un opositor muy inmerso en las vías de la oposición institucional. No me lo imagino armando un ejército subversivo, escondiéndose en las sierras ni organizando la revolución mexicana del siglo XXI. Porque, además, no lo veo con deseos de reinsertación priista en el gobierno nacional ni, mucho menos, como un socialista al estilo Cárdenas o Echeverría.
Pero, por si fuera poco eso, tampoco veo al gobierno como una maquinaria astuta, anticipada y eficiente frente a brotes revolucionarios. Mucho menos como a una organización dispuesta a sacrificar su comodidad en aras de la estabilidad futura del país. Desde luego porque tampoco creo que el nuestro sea un gobierno asesino ni por buenas ni por malas razones. Creo que es un gobierno al que se le pueden criticar muchas cosas pero no su falta de respeto por la vida humana.
Así que esta de la represión política pudiera pasar al cajón de las hipótesis menos realistas.
Séptima hipótesis: una farsa política. Esta es muy complicada de entender y hasta de explicar. Por eso la he dejado para las líneas finales de esta síntesis. La enuncian, palabras más o palabras menos, diciendo que todo lo que estamos viendo es una mera trama de actuación ficticia. Que no hay desaparición, secuestro, lesiones ni homicidio. Que DFC se encuentra escondido, dentro o fuera del país, en las mejores condiciones de salud y de confort. Que el gobierno está enterado de ello, constantemente comunicado con él y hasta asociado en esto que sería un fraude informativo para manipular a la opinión pública.
Los objetivos de esta farsa los explican en la forma en que habría de resolverse en días futuros. DFC, dicen, sería rescatado heroicamente por los agentes de la seguridad pública federal. Ellos se convertirían en paladines de la vida nacional y el presidente Calderón en un mandatario que, ante nacionales y extranjeros, quedaría lleno de éxitos que cancelan la imagen de fracaso que hoy lo envuelve. A cambio de esta gloria actual, DFC revitalizaría su imagen ante la opinión pública, habría ganado simpatías y se le abriría el camino hacia la candidatura presidencial panista, hoy casi vacante, abandonada y menospreciada, ante el empuje de las posibles candidaturas de sus partidos rivales.
Hasta allí todo suena esplendoroso para los autores y muy grato para los espectadores que deseamos que no haya tragedias en este suceso. Tiene ingredientes que no son despreciables. Siempre, pero sobre todo en los tiempos recientes, han existido los farsantes de paga que se han acercado a los altos gobernantes para “venderles” el montaje de un autoatentado, de un autosecuestro o de un autoexplosivo. Todo para justificar una acción o para reforzar una imagen. Se dice, también, que algunos de los atentados, secuestros y explosiones de las últimas décadas y hasta de los últimos días son creación actoral y no realidad delincuencial.
Por eso no dudamos de que haya ofrecidos para esto. Pero dos de los protagonistas nos cuesta trabajo creer que se prestaran para ello. Uno es el propio DFC y el otro sería el presidente Calderón. Muchos mexicanos no creemos que ellos dos se prestaran para tal farsa. Primero, por seriedad. Pero, además, porque habría factores incompatibles. El primero de ellos es que se asociaran para algo tan delicado. No creo que lo hicieran para algo sencillo, mucho menos para esto. Muchos políticos somos de la idea de que Felipe Calderón y DFC no son políticos afines, no son amigos, no se caen bien y no se asociarían ni para una fiesta conjunta de fin de año. Muchos menos para una charada que llevara a Calderón a la gloria política y a DFC a la oficina principal de Los Pinos.
Octavo escenario: una disyuntiva axiomática., Hasta allí los siete nichos de hipótesis en los que hemos pretendido agrupar y clasificar toda la catarata de versiones especulativas que se ha generado por este suceso. Para cronorreferencia del lector entre la confección de estas notas y lo que pueda suceder o saberse antes de su publicación, me permito informarle que las terminé de escribir a las 10 de la mañana del domingo 30 de mayo.
Sólo nos queda ante ello una conclusión silogística que habría de formularse en forma de disyuntiva y que de ninguna manera resulta grata. O el gobierno sabe todo y no dice nada. O el gobierno no sabe nada.
Si es cierta la primera es muy grave. Cualquiera de las siete posibilidades se convierte en probable. El secuestro común o político, la venganza o el despecho, el desafío o la represión, la farsa o la simulación. El mero escenario de que todo es posible resulta aterrador. Ese es en el que nos coloca la idea de que nuestro gobierno está plenamente informado y, por una razón verdaderamente grave, no se atreve a informarnos, quizá en espera de una solución, quizá en espera de una explicación, quizá en espera de una distracción pública como el inminente campeonato de futbol.
Pero la segunda posibilidad de la disyuntiva es peor. Si el gobierno mexicano no sabe lo que está pasando y está caminando “a ciegas” o dando “palos de ciego”, la situación es más que grave. Estamos a la merced de quién sabe quién, quién sabe por qué, y quién sabe hasta cuándo.
Efectivamente, lo que ha sucedido es muy grave y muy peligroso. No es nada más un suceso, es un síntoma de una enfermedad política de la que no sabemos su diagnóstico ni su pronóstico. Es tan grave que, de las siete hipótesis, la más “dulce” es la primera. Que se trate de un secuestro común donde sólo intervendrá el dinero y que la víctima vivirá para contarnos su pesadilla. Qué tan mal estaremos que, ante lo sucedido, lo mejor que podría pasar es que fuera un secuestro. Ojalá nos sirva para hacer un poco de análisis y para cobrar un poco de consciencia.
Con lo anterior quiero decir que siempre lo he advertido como un hombre congruente con su posicionamiento. Sobre todo, eso lo viví de cerca cuando ambos fuimos congresistas y logramos, juntos, hacer algo bueno por nuestros respectivos partidos y por nuestro país común.
Es un panista que piensa, habla y actúa como panista. Eso me parece esencial en la política de verdad, la única en la que creo. En lo personal, por eso me he esforzado para ser claro en pensar, en hablar y en actuar como priista. Cuando se practica así, la política es un juego delicioso, como el dominó cuando se juega con quienes saben jugarlo. Pero cuando hay que tratar con panistas que hablan como priistas o con priistas que piensan como panistas, el juego se torna aburrido, exasperante y hasta indignante. Son aquellos políticos que, como los malos jugadores, nos tapan la jugada, nos “ahorcan las mulas” o les facilitan la salida a los contrarios.
Ahora quiero referirme al amigo. No recuerdo quién me lo presentó ni la fecha de ello. Quizá fue Carlos Salinas de Gortari o Francisco Labastida Ochoa. Pero un solo hecho me dio cuenta de su calidad de amigo, al acudir a mi oficina de procuración de justicia para interceder por un amigo suyo, también prominente político panista. Lo solicitado era muy sencillo, muy legítimo y muy conveniente para el solicitante y hasta para sus contrarios. Servirlo era lo más indicado.
Sin embargo, lo importante para mí fueron dos cosas que me parecieron mayores. La primera, que el intermediario no fue a pedir para él sino para su amigo. La segunda, que desde entonces me guardó amistad y agradecimiento, regalos ambos que nunca me brindó el interesado directo. La gratitud, al igual que la amistad, son calidades de los superiores, no de todos.
Mi paso por el gobierno me hizo aprender a valorar a aquellos que no piden para sí mismos, sino para sus amigos. Recuerdo a otro abogado, con quien me ligaba una profunda antipatía recíproca, pero hizo a un lado su repulsión para ir a rogarme justicia para un amigo suyo, pobre y desvalido, además de injustamente perseguido. Con la actitud suya y la mía, nos convertimos en buenos amigos.
Recuerdo, también, que me contaron del ex presidente Adolfo López Mateos, ya enfermo y severamente impedido, cuando se presentó ante el entonces nuevo procurador de la República, para interceder por un amigo suyo, en calidad de abogado no de ex mandatario.
Por esas credenciales de alteza quise apropiarme de la amistad de Fernández de Cevallos y lo logré. Nunca dejo ir a un amigo valioso, porque con ellos se ha enriquecido mi vida. Tiempo más tarde yo requerí su intervención para que ayudara a un amigo mío ante un funcionario de gobierno, también panista. Se aplicó con tanto agrado que hasta me invitó a comer para, con ello y sin decirlo, señalar que servirme era, para él, un placer y no una carga. Que él sentía que no me hacía un favor sino que yo le brindaba un privilegio.
Muchas otras cosas han pasado entre nosotros. Como dije al principio, muchas veces nos enfrentamos sirviendo a nuestras creencias y partidos. Siempre con alteza y siempre salvando nuestra amistad, sin claudicar en nuestras obligaciones y convicciones. También, muchas veces nuestros credos pudieron asociarse para servir a la nación. No omito decir que la profesión nos enfrentó en unas ocasiones y nos asoció en otras. En dos casos muy importantes estuvimos del lado contario. Uno lo ganó su bufete y otro el mío. En los que estuvimos del mismo lado, siempre vencimos juntos.
Por esas razones de amistad he tenido semanas de preocupación ante la ignorancia de su paradero. Me angustia como amigo pero, además, me inquieta como mexicano. He escuchado muchas versiones hipotéticas. Algunas formuladas por expertos en estas cuestiones delincuenciales. Otras, por hombres talentosos, aunque no necesariamente conocedores de lo criminalístico. Otras más, en fin, expresadas por personas de vida común. Varias de estas hipótesis son contradictorias y, algunas, muy desconcertantes.
Pero todas ellas existen en el pensamiento y la creencia de quienes ven en este suceso un fenómeno misterioso y, todavía, no descifrado. Por ello, vale el esfuerzo de agruparlas, sintetizarlas y sistematizarlas esquemáticamente en lo que he clasificado como siete espacios hipotéticos.
Primera hipótesis: un secuestro común. Esta fue la primera idea que se instaló al tenerse noticia del suceso, en un primer momento calificado y denominado como “desaparición”. Dos razones fueron las que apuntalaron esta primera hipótesis dentro de la opinión pública. La primera, que se trata de una persona acaudalada o, por lo menos, con la fama notoria de ser muy rica. La segunda, que, según se dice, gusta de rehuir todo tipo de protección. No utiliza vehículos blindados, no lo protegen escoltas y, aunque esto último lo he escuchado contradictoriamente, hay quienes aseguran que no porta armas. Todo ello, en conjunto, lo pudo haber hecho un blanco atractivo, además de fácil.
Durante los días posteriores al suceso, esta hipótesis fue robusteciéndose. En primer lugar, por una razón muy propia de abogados, pues, como dijimos, se empezó hablando de una “desaparición” de persona. En estricto rigor jurídico, una desaparición no es indicativa de la comisión de un delito y, por ello, no es materia competencial de las procuradurías, sean éstas locales o federal. Es, por ejemplo, el caso de cuando el marido o los hijos no regresan a casa a la hora usual y a la esposa o padres se les ocurre denunciar ante el Ministerio Público, mismo que, por lo dicho, se resiste a levantar un acta e iniciar una averiguación previa.
Para esos casos las procuradurías han dispuesto una ventanilla especial donde se levanta una pseudoacta y se inicia una pseudoaveriguación para darles a los angustiados familiares una especie de “tenmeacá”. Más aún, el gobierno ha instalado líneas telefónicas de localización que atienden muy cortésmente a los requirentes. Pero esto sólo subraya el carácter no delictivo de la tal desaparición. Muy distinto es si ya se presentan indicios delictivos, como lo pueden ser que alguien haya visto que se llevaron o levantaron al desaparecido o, bien, que alguien se haya comunicado para exigir algo a cambio o, por lo menos, que algún anónimo informe de la sustracción o retención de una persona, que no su simple desaparición.
Pero cuando las autoridades informaron que los procuradores estaban a cargo del asunto y, además, hasta coordinados en varios estados y potestades, los abogados supusimos que, si no se trataba de un traspié por ignorancia jurídica, de lo que se trataba era de un verdadero secuestro. A esto se sumaba el dato de que el suceso se había realizado casi con sigilo y, posiblemente, por personas cercanas a la confianza de DFC.
Adicionalmente, en los siguientes días, el ex procurador Antonio Lozano Gracia, muy amigo de DFC y, en nombre de la familia de éste, solicitó públicamente a las autoridades que dejaran de intervenir para no entorpecer las negociaciones y, no recuerdo si lo dijo él o algún comentarista, para preservar su integridad. Las autoridades, de inmediato, procedieron como les fue solicitado. No sabemos si se retiraron o simularon hacerlo. Eso no es importante. Pero sí lo es que actuaron por lo menos con un mínimo de certidumbre en la situación de DFC y hasta de que su vida se ha preservado.
Por último, el hecho de que en más de medio mes no se haya informado nada ni se haya encontrado a DFC o su cuerpo, da indicaciones de que puede ser un secuestro, que éste se encuentra en proceso de negociación y, lo más importante para quienes le guardamos afecto y amistad, que su vida se ha respetado.
Segunda hipótesis: una agresión directa. Esta hipótesis surge de la idea de que DFC pudo haber sido agredido, contra su libertad o contra su integridad, por alguna persona molesta con él, en función de alguna rivalidad política, de alguna adversidad profesional o hasta de algún incumplimiento promisorio. Esto habría llevado al autor del suceso a una vendetta o a algún “ajuste”.
A muchos de quienes hemos escuchado esta teoría, nos aleja mucho del convencimiento. En primer lugar, porque este tipo de prácticas terminales no son comunes en la vida política mexicana actual. Por lo menos en la política civilizada y de altos vuelos, donde se ha movido DFC. Además, porque para muchos analistas se trata de un político cuyo peso específico se advierte un tanto decaído.
Por lo menos para la clase política existe la idea de que DFC no las tiene todas con el actual gobierno. Más aún, hay quienes consideran que fue un político mucho más poderoso con Carlos Salinas o con Ernesto Zedillo que lo que lo fue con Vicente Fox o lo que lo es con Felipe Calderón. No se soslaya que mucho de la designación de Fernando Gómez Mont o de Arturo Chávez pueda deberse a su influencia, a su gestión o a su astucia. Pero, por otro lado, se dice que su poder decisorio en el PAN, en el Congreso de la Unión o en las gubernaturas locales ha venido a menos. Esto contradice a quienes suponen que algún medroso actuara delictivamente contra un personaje cuya capacidad de acción ha decaído.
En segundo lugar, algo parecido acontecería con algún adversario litigioso. Los abogados mexicanos no dirimimos nuestras contiendas con pistolas y la mayoría de las veces no nos enconamos por defender a clientes opuestos. Los que están peleados son nuestros representados no los abogados. Nosotros somos como los deportistas que hoy estamos en el mismo club y mañana disputamos la final del campeonato con distintas camisetas, pero tan amigos como siempre.
Por último, la idea de un ajuste de cuentas resulta, también, complicada de creer. Hasta donde se sabe, DFC no gustaba de tener tratos profesionales con quienes deciden sus pleitos con la vida de los demás. Si, como lo creemos, toda su clientela era normal, esta hipótesis cae por sí sola.
Pero lo más importante para descontar esta segunda hipótesis es el tiempo trascurrido. Los que ajustan o ajustician no gustan de la discreción. Antes, al contrario, cuando actúan, de inmediato van a tirar a sus víctimas al zócalo del pueblo o en el primer puente carretero, bien sea completo o en fragmentos. Pero la incógnita del paradero, por varias semanas, induce a descartar esta siniestra hipótesis.
Tercera hipótesis: un secuestro político. Esta posibilidad constituye algo verdaderamente grave para la salud del Estado mexicano. Consistiría, también, en un secuestro pero, a diferencia del anterior, no con la finalidad de obtener un rédito pecuniario sino de obligar al gobierno a hacer o a entregar algo. Ese “algo” lo mismo puede ser la excarcelación de algunos reos, la derogación de alguna norma o la permisividad de alguna conducta.
Lo primero que nos reporta esta hipótesis es su aparente fantasiosidad, pero debemos recordar que secuestros de naturaleza política han sucedido en muchas latitudes y no solamente son producto del guión cinematográfico o de la novela de suspenso. El secuestro con propósito político ha sucedido en Europa y en Sudamérica, por tan sólo mencionar algunas regiones parecidas a la nuestra.
Vale, desde luego, mencionar que ese “algo” con lo que pretendería satisfacerse el reclamante no sólo conlleva la finalidad de su obtención sino, sobre todo, de “arrodillar” al gobierno tanto con la concesión como con la negativa. Con una quedaría marcado de debilidad, y con la otra quedaría señalado de insensibilidad. Pero, en buena técnica de sometimiento político, la exigencia planteada tendría que ser accesible y concedible. Porque exigir, por ejemplo, la renuncia presidencial es no sólo imposible sino, también, inaceptable. El gobierno ganaría “la mano” con la mayor facilidad. Su renuencia sería respaldada por la opinión pública.
Pero, por el contrario, si la exigencia fuera algo razonablemente aceptable, el gobierno quedaría ante la disyuntiva incómoda que hemos mencionado.
Al igual que la anterior, la posibilidad de esta hipótesis tranquiliza a quienes deseamos la preservación de la integridad de DFC, aunque constituye el ingreso a un escenario de descomposición criminógena-política que sería muy lamentable para nuestro país.
Cuarta hipótesis: un desafío político. Un poco emparentada con la anterior, esta posibilidad también llevaría una finalidad del orden político, aunque no por la vía de la obtención de algo y del consecuente sometimiento del gobierno sino a través de un acto que lo marcara en un profundo desprestigio y se plantea como algo de siniestras expectativas.
Consistiría esta hipótesis en que el suceso hubiere sido cometido por algún grupo delincuencial, como un cartel o, bien, por algún grupo político de operación subversiva. El objetivo, demostrar la ineficiencia gubernamental no sólo para resolver el misterio de este caso sino hasta para conocer el paradero de la víctima.
La mecánica de esta hipótesis consistiría en no tener comunicación alguna de parte de los autores. Conservar al retenido o, peor aún, sus restos, durante un tiempo prologado de varios meses de incertidumbre y de fracaso en la investigación. Quizá pudiera llevarse al extremo de que nunca jamás quedara resuelto. Con esto, de nueva cuenta nos asalta la incredulidad por exceso de fantasía. Pero repetimos que estos enigmas irresolutos han existido en la realidad hasta de sociedades muy equipadas para la investigación. Tan sólo baste recordar el caso Hoffa, cuyo paradero se ha ignorado en casi medio siglo.
Una variante de esta posibilidad consistiría en la intención de no desprestigiar al Estado sino tan sólo a este gobierno, y que los autores soltaran la información hasta una vez concluido el sexenio actual.
Como sea, se trata de una de las hipótesis más graves e indeseables de cuantas hemos escuchado. Por ello, no es tanto la razón sino el mero afecto el que nos lleva, inconscientemente, a rechazarla y repudiarla.
Segunda y última parte
Quinta hipótesis: un asunto pasional. Mi amistad con Diego Fernández de Cevallos, en lo sucesivo DFC, no me ha llevado al extremo de ser testigo de su vida sentimental, pero sí me ha colocado en la situación de charlar con él, hasta guasonamente, sobre algo que parece muy del dominio público. Me refiero a su gusto por disfrutar el amor y sus colateralidades, como el sexo, entre otras muchas.
Este perfil ha llevado a varios a suponer que este suceso pudo haber sido la consecuencia de algún enojo o malquerencia provocados por el despecho de alguna enamorada o por el coraje de algún ofendido. Así pues, que en un acto de arrebato hubiere sido herido y, con el posterior susto, hubiere sido remitido a la atención médica indispensable.
La hipótesis se sostenía por algunos datos que llegaron a la opinión pública. Uno, que pudo haberse cometido por personas cercanas y hasta de confianza. Otro, que hubo algún rastro hemático en el lugar de la desaparición. Tercero, la incomunicación de algún grupo delincuencial.
Pero otros factores se han venido oponiendo a esta posibilidad. Entre ellos, el paso del tiempo sin revelación del enigma, lo cual no sería explicable. Pero, sobre todo, que DFC es un hombre maduro e inteligente, y los hombres de esas características ni maltratan enamoradas ni ofenden maridos. Por el contrario, son francos, prácticos y predecibles. En su disfrute amoroso nadie queda agraviado ni enojado. Ni jovencitas embarazadas y abandonadas, ni padres humillados y entristecidos, ni esposos o pretendientes despechados y enfurecidos.
Sexta hipótesis: un acto de represión. Esta hipótesis nos lleva, también, a cierta incredulidad, pero la mencionamos porque la hemos escuchado. Se enuncia a partir de una premisa que cuesta trabajo creer. Dicen los que la plantean que DFC había llegado a un peligroso nivel de oposición gubernamental, la cual inquietó y hasta asustó a los altos niveles del gobierno. Que pretendía desestabilizar al Estado mexicano, bien por la vía de la disidencia política o bien por la vía de la revolución.
Que, entre sus proclamas estarían la dimisión del presidente Calderón, su expulsión del PAN, junto con la de sus amigos cercanos y hasta la de Vicente Fox, la recomposición de un gobierno de coalición con fuertes tintes priistas y la realineación ideológica de la política mexicana con sólidos propósitos sociales.
Que, ante ello, el gobierno no tuvo otra opción que la de secuestrarlo para “leerle la cartilla” o para ultimarlo en caso de su pertinaz renuencia. Vamos, que el gobierno asumió los riesgos políticos de una represión delictiva, pero con el noble y heroico fin de salvaguardar la estabilidad de la nación y de sus instituciones. O bien, que el gobierno se vistió al más puro estilo gorilesco latino de los años 50.
Para muchos observadores y escuchas, esta es de las hipótesis menos confiables. Sobre todo para aquellos que hemos tenido un contacto estrecho con la política y una relación amistosa con DFC. Vamos primero a esto último y hablaré por mí y no por otros amigos. Yo veo en DFC, como lo he dicho, un político que disiente de este gobierno en muchos aspectos, así como ha disentido del anterior y de los pasados gobiernos priistas. Pero lo veo como un opositor muy inmerso en las vías de la oposición institucional. No me lo imagino armando un ejército subversivo, escondiéndose en las sierras ni organizando la revolución mexicana del siglo XXI. Porque, además, no lo veo con deseos de reinsertación priista en el gobierno nacional ni, mucho menos, como un socialista al estilo Cárdenas o Echeverría.
Pero, por si fuera poco eso, tampoco veo al gobierno como una maquinaria astuta, anticipada y eficiente frente a brotes revolucionarios. Mucho menos como a una organización dispuesta a sacrificar su comodidad en aras de la estabilidad futura del país. Desde luego porque tampoco creo que el nuestro sea un gobierno asesino ni por buenas ni por malas razones. Creo que es un gobierno al que se le pueden criticar muchas cosas pero no su falta de respeto por la vida humana.
Así que esta de la represión política pudiera pasar al cajón de las hipótesis menos realistas.
Séptima hipótesis: una farsa política. Esta es muy complicada de entender y hasta de explicar. Por eso la he dejado para las líneas finales de esta síntesis. La enuncian, palabras más o palabras menos, diciendo que todo lo que estamos viendo es una mera trama de actuación ficticia. Que no hay desaparición, secuestro, lesiones ni homicidio. Que DFC se encuentra escondido, dentro o fuera del país, en las mejores condiciones de salud y de confort. Que el gobierno está enterado de ello, constantemente comunicado con él y hasta asociado en esto que sería un fraude informativo para manipular a la opinión pública.
Los objetivos de esta farsa los explican en la forma en que habría de resolverse en días futuros. DFC, dicen, sería rescatado heroicamente por los agentes de la seguridad pública federal. Ellos se convertirían en paladines de la vida nacional y el presidente Calderón en un mandatario que, ante nacionales y extranjeros, quedaría lleno de éxitos que cancelan la imagen de fracaso que hoy lo envuelve. A cambio de esta gloria actual, DFC revitalizaría su imagen ante la opinión pública, habría ganado simpatías y se le abriría el camino hacia la candidatura presidencial panista, hoy casi vacante, abandonada y menospreciada, ante el empuje de las posibles candidaturas de sus partidos rivales.
Hasta allí todo suena esplendoroso para los autores y muy grato para los espectadores que deseamos que no haya tragedias en este suceso. Tiene ingredientes que no son despreciables. Siempre, pero sobre todo en los tiempos recientes, han existido los farsantes de paga que se han acercado a los altos gobernantes para “venderles” el montaje de un autoatentado, de un autosecuestro o de un autoexplosivo. Todo para justificar una acción o para reforzar una imagen. Se dice, también, que algunos de los atentados, secuestros y explosiones de las últimas décadas y hasta de los últimos días son creación actoral y no realidad delincuencial.
Por eso no dudamos de que haya ofrecidos para esto. Pero dos de los protagonistas nos cuesta trabajo creer que se prestaran para ello. Uno es el propio DFC y el otro sería el presidente Calderón. Muchos mexicanos no creemos que ellos dos se prestaran para tal farsa. Primero, por seriedad. Pero, además, porque habría factores incompatibles. El primero de ellos es que se asociaran para algo tan delicado. No creo que lo hicieran para algo sencillo, mucho menos para esto. Muchos políticos somos de la idea de que Felipe Calderón y DFC no son políticos afines, no son amigos, no se caen bien y no se asociarían ni para una fiesta conjunta de fin de año. Muchos menos para una charada que llevara a Calderón a la gloria política y a DFC a la oficina principal de Los Pinos.
Octavo escenario: una disyuntiva axiomática., Hasta allí los siete nichos de hipótesis en los que hemos pretendido agrupar y clasificar toda la catarata de versiones especulativas que se ha generado por este suceso. Para cronorreferencia del lector entre la confección de estas notas y lo que pueda suceder o saberse antes de su publicación, me permito informarle que las terminé de escribir a las 10 de la mañana del domingo 30 de mayo.
Sólo nos queda ante ello una conclusión silogística que habría de formularse en forma de disyuntiva y que de ninguna manera resulta grata. O el gobierno sabe todo y no dice nada. O el gobierno no sabe nada.
Si es cierta la primera es muy grave. Cualquiera de las siete posibilidades se convierte en probable. El secuestro común o político, la venganza o el despecho, el desafío o la represión, la farsa o la simulación. El mero escenario de que todo es posible resulta aterrador. Ese es en el que nos coloca la idea de que nuestro gobierno está plenamente informado y, por una razón verdaderamente grave, no se atreve a informarnos, quizá en espera de una solución, quizá en espera de una explicación, quizá en espera de una distracción pública como el inminente campeonato de futbol.
Pero la segunda posibilidad de la disyuntiva es peor. Si el gobierno mexicano no sabe lo que está pasando y está caminando “a ciegas” o dando “palos de ciego”, la situación es más que grave. Estamos a la merced de quién sabe quién, quién sabe por qué, y quién sabe hasta cuándo.
Efectivamente, lo que ha sucedido es muy grave y muy peligroso. No es nada más un suceso, es un síntoma de una enfermedad política de la que no sabemos su diagnóstico ni su pronóstico. Es tan grave que, de las siete hipótesis, la más “dulce” es la primera. Que se trate de un secuestro común donde sólo intervendrá el dinero y que la víctima vivirá para contarnos su pesadilla. Qué tan mal estaremos que, ante lo sucedido, lo mejor que podría pasar es que fuera un secuestro. Ojalá nos sirva para hacer un poco de análisis y para cobrar un poco de consciencia.
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