Ante la efervescencia de la conmemoración de 200 años del inicio del movimiento de Independencia de México, más allá de la celebración popular que habrá lugar en estos días cuyo propósito es motivar un nacionalismo hasta cierto punto producto de la mercadotecnia política más que de una verdadera identidad nacional, bien vale la pena hacer algunas reflexiones y valorar cuánto en verdad hemos cambiado, qué ha hecho falta para transformar a México y donde están nuestros errores como sociedad para seguir emulando un discursos triunfalista cada sexenio.
Comencemos por señalar que las razones del movimiento de independencia originales se perdieron en los anales de la historia, se nos olvidó que la independencia fue un medio y no un fin para alcanzar aquello que aquellos hombre y mujeres que empeñaron su vida en aras de la libertad consideraron la esencia del movimiento insurgente: ser libres para así poder mejorar y aumentar su calidad de vida – que contrariedad de nuestra lacónica realidad en lo que llamamos Estrategia nacional para que vivamos mejor.
Ante ello es justo reconocer el pensamiento de las personas de aquella época como un homenaje póstumo, el cual forjo la idiosincrasia de lo que hoy somos, dejando en la vaguedad de los discursos oficiales que el obstáculo que impedía el progreso y la igualdad, el reparto de riquezas de nuestros suelos y la distribución justa de las riquezas, lo era la dominación española; hoy en día ese justo reclamo sigue latente y vemos como obstáculo de la transformación de México a partidos políticos rapaces; a una clase política agotada y servilista; a una economía de mercados trasnacionales y a una guerra por el control de las drogas como sinónimo de poder y riqueza. Ante esta realidad preguntémonos cuánto en verdad ha cambiado México, pues pasamos de la dominación de una potencia, a la arrogancia de dictadores, élites políticas y hoy en día la hegemonía de la delincuencia organizada por encima del llamado Estado de Derecho. Preguntémonos pues, de que sirvió la guerra para alcanzar una libertad nunca agotada, creyendo que sobrevendría de inmediato la justicia efectiva sin importar la clase social, la eliminación de la pobreza, las oportunidades para todos, y que desaparecerían para siempre la discriminación, la corrupción y el despotismo - ¿en verdad hemos alcanzado aquellos ideales? o ¿a caso a dos siglos de conmemorarse el inicio del movimiento de insurgencia los deseos y aspiraciones de nuestros héroes no se cumplieron?.
Hoy, a unos cuantos días de conmemorar 200 años del inicio del movimiento independentista en México, parece que los mexicanos hemos olvidado el sentir de aquellos insurgentes, al grado de sólo festejar irónicamente el epitafio del verdadero grito de independencia dejando en el pasado aquellas palabras lapidarias que diera el cura Miguel Hidalgo: “muera el mal gobierno”; acaso hemos tenido buenos gobiernos o los gobiernos que hemos tenido son resultado de una sociedad que se resiste a evolucionar, a transformar y a exigir mejores cuentas y transparencia del ejercicio gubernamental. Como mexicanos también hemos olvidado aquellas definiciones mínimas de felicidad redactadas por el Congreso de Anáhuac en 1814, cosa que ninguna otra constitución volviera a señalar, señalando que “la felicidad del pueblo y de cada uno de sus ciudadanos consiste en el goce de la igualdad, seguridad, propiedad y libertad”, esencia misma del fin del Estado contemporáneo, cuya garantía también fue establecida por aquellos ilustres personajes de esta manera: “la integra conservación de esos derechos es el objeto de las instituciones de los gobiernos y el único fin de las asociaciones políticas”. Esos fueron los ideales y razones que hemos olvidado y que valdría la pena recordad en esta celebración tan trascendental, esos son sus ecos incorruptibles que en muchas de las ocasiones ignoramos.
No cabe duda que la historia en ocasiones suele ser una molestia para quienes detentan el poder, porque no dejara de ser el espejo del pasado, en el que se reflejen sus errores, frustraciones y desviaciones, pero también el recordatorio de aquello que no podrán coptar, ni callar y mucho menos borrar, ahí están los propósitos, las razones y sobre todo las promesas del Estado Mexicano, de su independencia y su proyección hacia la felicidad como fuera la llamada de atención que lanzara Agustín de Iturbide el último día de la guerra y el primero de la libertad: “ya os señalé el modo de ser libres; a ustedes toca el de ser felices!”.
Hasta aquí nuestra reflexión, celebremos 200 años de libertad.
Comencemos por señalar que las razones del movimiento de independencia originales se perdieron en los anales de la historia, se nos olvidó que la independencia fue un medio y no un fin para alcanzar aquello que aquellos hombre y mujeres que empeñaron su vida en aras de la libertad consideraron la esencia del movimiento insurgente: ser libres para así poder mejorar y aumentar su calidad de vida – que contrariedad de nuestra lacónica realidad en lo que llamamos Estrategia nacional para que vivamos mejor.
Ante ello es justo reconocer el pensamiento de las personas de aquella época como un homenaje póstumo, el cual forjo la idiosincrasia de lo que hoy somos, dejando en la vaguedad de los discursos oficiales que el obstáculo que impedía el progreso y la igualdad, el reparto de riquezas de nuestros suelos y la distribución justa de las riquezas, lo era la dominación española; hoy en día ese justo reclamo sigue latente y vemos como obstáculo de la transformación de México a partidos políticos rapaces; a una clase política agotada y servilista; a una economía de mercados trasnacionales y a una guerra por el control de las drogas como sinónimo de poder y riqueza. Ante esta realidad preguntémonos cuánto en verdad ha cambiado México, pues pasamos de la dominación de una potencia, a la arrogancia de dictadores, élites políticas y hoy en día la hegemonía de la delincuencia organizada por encima del llamado Estado de Derecho. Preguntémonos pues, de que sirvió la guerra para alcanzar una libertad nunca agotada, creyendo que sobrevendría de inmediato la justicia efectiva sin importar la clase social, la eliminación de la pobreza, las oportunidades para todos, y que desaparecerían para siempre la discriminación, la corrupción y el despotismo - ¿en verdad hemos alcanzado aquellos ideales? o ¿a caso a dos siglos de conmemorarse el inicio del movimiento de insurgencia los deseos y aspiraciones de nuestros héroes no se cumplieron?.
Hoy, a unos cuantos días de conmemorar 200 años del inicio del movimiento independentista en México, parece que los mexicanos hemos olvidado el sentir de aquellos insurgentes, al grado de sólo festejar irónicamente el epitafio del verdadero grito de independencia dejando en el pasado aquellas palabras lapidarias que diera el cura Miguel Hidalgo: “muera el mal gobierno”; acaso hemos tenido buenos gobiernos o los gobiernos que hemos tenido son resultado de una sociedad que se resiste a evolucionar, a transformar y a exigir mejores cuentas y transparencia del ejercicio gubernamental. Como mexicanos también hemos olvidado aquellas definiciones mínimas de felicidad redactadas por el Congreso de Anáhuac en 1814, cosa que ninguna otra constitución volviera a señalar, señalando que “la felicidad del pueblo y de cada uno de sus ciudadanos consiste en el goce de la igualdad, seguridad, propiedad y libertad”, esencia misma del fin del Estado contemporáneo, cuya garantía también fue establecida por aquellos ilustres personajes de esta manera: “la integra conservación de esos derechos es el objeto de las instituciones de los gobiernos y el único fin de las asociaciones políticas”. Esos fueron los ideales y razones que hemos olvidado y que valdría la pena recordad en esta celebración tan trascendental, esos son sus ecos incorruptibles que en muchas de las ocasiones ignoramos.
No cabe duda que la historia en ocasiones suele ser una molestia para quienes detentan el poder, porque no dejara de ser el espejo del pasado, en el que se reflejen sus errores, frustraciones y desviaciones, pero también el recordatorio de aquello que no podrán coptar, ni callar y mucho menos borrar, ahí están los propósitos, las razones y sobre todo las promesas del Estado Mexicano, de su independencia y su proyección hacia la felicidad como fuera la llamada de atención que lanzara Agustín de Iturbide el último día de la guerra y el primero de la libertad: “ya os señalé el modo de ser libres; a ustedes toca el de ser felices!”.
Hasta aquí nuestra reflexión, celebremos 200 años de libertad.
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