Luego de un par de semanas de ausencia, retomo este breve espacio de análisis para plantarle al lector un tema que me parece importante retomar en vísperas del cambio de Gobierno, me refiero a la transición del Marinismo al Morenovallismo, una transición que parecía lejana y está ya a la vuelta de la esquina, algunos señalan que pareciera una luna de miel acordada para evitar trastocar las fibras más finas de la política poblana, y es que hacer campaña no es lo mismo que gobernar y más aún ejercer el poder.
Para muchos, esta inquietante lógica del poder se constriñe a una sola cuestión, el estilo de gobernar, y es que el marinismo fue un gobierno de claroscuros, marcado por la medianía de las acciones y el escándalo público, él cual ha sido ya penosamente calificado y castigado electoralmente por los poblanos como un estilo parco, confuso, lleno de vicios y corrupción; de ahí que la tarea de la nueva administración sea encarrilar estrategias para recuperar la confianza de los ciudadanos con acciones emblemáticas que mejoren su calidad de vida en corto tiempo, a partir del impulso a la infraestructura como programa insignia que marcara al nuevo gobierno. De este modo, Rafael Moreno Valle tiene objetivos claros y una tarea titánica para sacar a Puebla del atraso, levantar la confianza ciudadana en las autoridades y dignificar la calidad de vida en Puebla. Pero detrás de esta transición política – gubernamental, esta otra, aquella que se refiere a la cultura política de los poblanos, es decir, a la matriz de relación entre Estado, estructura político – partidaria y base social, y al sentido que la gente le da a la política y a la baja expectativa que tiene hoy en día en los políticos, sobre todo cuando la integridad de la figura del gobernante y el servicio público fue tan denostada y dio tanto de que hablar durante el mandato de Mario Marín por presuntos actos de corrupción conocidos ya por la opinión pública, abarcando desde dádivas que no representan sumas de dinero cuantiosas, hasta sobornos por cantidades millonarias, por la concesión de obras principalmente. Conductas, todas ellas, reprobables y reprochables; que deben de sancionarse y erradicarse.
Seis años de contrastes e impunidad ponen en la balanza la calidad de las Instituciones de Gobierno en Puebla, de ahí la necesaria e impostergable redimensión de la administración pública, del sistema de impartición de justicia y la conformación plural de un nuevo entendimiento legislativo que integre a la toma de decisiones a nueva clase gobernante, misma que tendrá que garantizar al ciudadano el pleno disfrute de la capacidad de ejercicio de sus derechos, con el efecto de mantener la armonía y concordia de la sociedad.
Ésta no es una transición pactada, sino el comportamiento político de altura de parte de una nueva élite que entiende la necesidad de dignificar las formas y prácticas del ejercicio del poder en Puebla, una nueva clase de gobernantes que ha marcando el ritmo y cadencia de la transición, marcando un estilo discreto pero confiable, pragmático pero también reflexivo, refinado y a su vez sencillo y categórico que le permitirá al Gobernador entrarte mantener un gobierno dinámico, plural y con resultados certeros para Puebla.
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