El pasado 12 de agosto se celebró el Día Internacional de la Juventud, que marcó el fin del Año Internacional de la Juventud impulsado por la Organización de Naciones Unidas; un periodo marcado por importantes movimientos sociales encabezados por jóvenes: unos con objetivos claros, como fue la caída del régimen dictatorial egipcio y la fuerte influencia de este sector en las redes sociales, otros con visos de hartazgo, como es el caso español debido a la falta de oportunidades de empleo, y unos más cargados de violencia aparentemente irracional como podrían parecer las revueltas en Reino Unido igualmente por la falta de oferta de empleos bien remunerados.
Pareciera que no existe un hilo conductor de los acontecimientos ocurridos, protagonizados por jóvenes en situaciones completamente disímbolas y en latitudes mundiales diversas. Lo que es seguro es que la población mundial, que en este año alcanzará los siete mil millones, tiene un importantísimo componente de juventud y sin embargo, los espacios de toma de decisiones no son ocupados por jóvenes, a pesar de ser los destinatarios de medidas que los afectarán en el corto, mediano y largo plazo, máxime cuando en apariencia el seño de la eterna juventud ha sido conseguido, al menos en las metáforas discursivas de la clase gobernante si observamos que sigue siendo un discurso recurrente el declarar la búsqueda constante de mejores oportunidades de desarrollo para este sector de la población, sin que se evalúen claramente los impactos que las decisiones tendrán en dicho sector, como una urgente necesidad que no podemos seguir esquivando.
Bajo este enfoque, los gobiernos a nivel mundial deberán de crear los espacios institucionales para la participación juvenil. Lo lamentable es que hasta hoy no hay un avance significativo en México, los movimientos juveniles aquí son aislados y su representación es marginal, sobre todo si observamos que los mecanismos institucionales a nivel municipal, estatal y federal carecen de legitimidad, como el recientemente instalado Consejo Estatal de la Juventud.
A nivel federal y estatal el Ejecutivo ha fracasado por completo en articular un sistema integral de atención a la juventud y las instancias encargadas del tema en ambos amitos de gobierno funcionan de manera aislada y sin mayores alcances, ello sin tomar ya en cuenta la inexistente política de juventud a nivel local. Asimismo, el Congreso de la Unión ha sido incapaz de ofrecer un marco regulatorio que permita crear condiciones para avanzar en la materia y crear cursos de acción que resuelvan la diversidad de problemas que hoy les aquejan.
En general, para nuestros gobiernos el Año Internacional de la Juventud transcurrió igual que cualquier otro año: muchos discursos vacíos, sin una preocupación real por las personas jóvenes, que están relegadas ante lo que consideran temas prioritarios en sus agendas generando en los jóvenes un descontento por la falta de empleos y acceso a la educación superior, situación que ha orillado a algunos jóvenes tomar el equivocado rumbo de la delincuencia como única ruta de progreso, olvidando como bien refiriera Jesús Reyes Heroles que “se es joven cuando se quiere transformar y no conservar; cuando se tiene la voluntad de hacer y no de poseer; cuando se ve siempre hacia delante y se cree todo posible”. Ese es el gran reto para la juventud, el incursionar de manera más activa para la solución de sus propios problemas.
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