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¿Es posible reducir la corrupción?





La fabula de La Zorra y las Uvas.
La vieja y taimada zorra estaba decepcionada. Durante todo el día había merodeado tristemente por los densos bosques y subido y bajado a las colinas, peró. .. ¿de qué le había servido? No hallaba un solo bocado. Cuando lo pensaba -y se estaba sintiendo tan vacía por dentro que casi no podía pensar en otra cosa-, llegó a la conclusión de que nunca había tenido más hambre en su vida. Además, sentía sed…, una sed terrible.
En ese estado de ánimo, dio la vuelta a un muro de piedra y se encontró con algo que le pareció casi un milagro. Allí. frente a ella, había un viñedo lleno de racimos de frescas y deliciosas uvas, que sólo esperaban que las comiesen.
La zorra no perdió el tiempo. Corrió, dio un salto y trató de asir la rama más baja, con sus hambrientas mandíbulas … ¡pero no llegó a alcanzarla! Volvió a saltar, esta vez a una altura algo mayor, y tampoco pudo atrapar con los dientes una sola uva. Cuando fracasó por tercera vez, se sentó por un momento y, con la reseca lengua colgándole, miró las docenas y docenas de ramas que pendían fuera de su alcance.
-¡Bah! -murmuró para sí- ¿Quién necesita esas viejas uvas agusanadas? Están verdes…, sí, eso es lo que pasa. ¡Verdes! Por nada del mundo las comería.
-¡Ja, ja! -dijo el cuervo, que había estado observando la escena desde una rama próxima- ¡Si te dieran un racimo, veríamos si en verdad las uvas te parecían verdes!


La Fábula de “la Zorra y las uvas” puede ilustrarnos para describir la creación de discursos desde la disonancia cognitiva que son aplicables para dar una justificación  ante el fracaso de una acción que no pudo concretar el objetivo buscado; esta metáfora es aplicable a las estrategias del combate a la corrupción ante las graves  fallas del sistema, un sistema que ha generado narrativas esquivas de la realidad. El pesimismo colectivo producto de un entorno social adverso ha dado pauta al triunfo de la corrupción ante la falta de creatividad y voluntad política para transformar la alta desafección en la clase política en la que estamos inmersos, una sociedad altamente desigual, insegura, desconfiada de si misma y poco solidaria, triste realidad para un país con tanto potencial.

El oportunismo generalizado, el egoísmo partidario, la codicia y la ambición de la clase política, son factores que han inhibido la construcción de instituciones solidas, capaces de dar pauta a un andamiaje institucional sustentado en la imparcialidad como regla de balance del buen gobierno, alimentando sólo la desigualdad, la corrupción y la impunidad.

El discurso político para sancionar a los corruptos divaga en el espacio electoral sin generar compromisos claros que evidencien voluntad para concretar el paso que hace falta para el diseño normativo requerido, para nutrir a las instituciones de estándares suficientes de rectitud y honestidad que devuelvan la confianza y credibilidad al ciudadano y, que como en la fábula de “la zorra y las uvas” solo generan narrativas absurdas para justificar esa falta de compromiso y vocación de servicio frente al ciudadano.

Pronto dará inicio un nuevo periodo de sesiones en el congreso mexicano con una amplia agenda que discutirá, entre otros, el llevado y traído modelo de un sistema nacional anticorrupción; las reformas están a la vuelta de la esquina, el optimismo y oportunismo electoral permitirá dar vida a un nuevo órgano en cuya esencia tendrá la obligación de dar soluciones inmediatas a un problema creciente; pero es de advertirse que dicha reforma fracasará de no ir aparejada la misma con una clara despolitización de la administración de justicia y de los mecanismos de control sugeridos [difícil de concebir en un escenario electoral].

Afrontar los retos para México dependerán de la adaptación de sus instituciones a las exigencias ciudadanas. Tener órganos de gobierno imparciales, transparentes y eficientes,  creados bajo la deconstrucción de dogmas y reglas que impiden al país avanzar, parece tarea sencilla, sin embargo, sin afán de ser pesimistas debemos advertir que la inflexibilidad de la tradición política mexicana [carente de contrapesos reales] agota la posibilidad de generar los consensos necesarios para lograr una transformación profunda y capaz de revitalizar la política nacional, ante la ausencia de un  liderazgo que abandere las causas comunes en torno a un gran proyecto de país desdibujado en la praxis.

Quizás esta reflexión nos orille a pensar en una nueva alternancia del poder podrá lograr alcanzar un auténtico y renovado consenso de las diversas fuerzas políticas en 2018, pero hasta en tanto eso no suceda, Ayotzinapa como muchos otros casos, serán sólo el pretexto perfecto para liberar las tensiones sociales frente a una clase política que se ufana de la sociedad y una sociedad que aun dista mucho de haber despertado.

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