Luego de la tragedia que ha vivido Francia con el homicidio de un
grupo de caricaturistas a manos de fanáticos terroristas, el mundo debate
nuevamente aquella teoría a la que Samuel P. Huntington refiriera como el
“choque de las civilizaciones”, en la cual el intelectual americano subraya el
elemento religión, como el factor fundamental de las divergencias que marcarán
la política global en el presente siglo.
Pero más allá del debate geopolítico en boga y la lucha iniciada
contra el llamado terrorismo islámico, los hechos acontecidos en Francia nos
llaman a la reflexión sobre los alcances de la libertad de expresión a través
de los medios periodísticos, hasta donde es aceptable la sátira, la burla y la
denostación, máxime cuando ésta se realiza en contra de creencias y dogmas de
fe. Desde la perspectiva de quien esto escribe, no es justificable en ningún
sentido la sátira al extremo de la cultura e identidad religiosa de cualquier
sociedad, dado que la libertad de expresión, verbigracia, libertad de imprenta,
tiene límites y estos se agotan cuando se trastocan los intereses de terceros.
La sátira política, que algunos comparan y pretenden justificar en
el trabajo de la publicación Charlie
Hebdo en nada justifica la burla a las convicciones y creencias religiosas
de las personas; la misma publicación que se burlará de Mahoma, poco antes
había tenido el mal gusto de dibujar en portada un menage a trois en el que el Padre era penetrado por el Hijo,
mientras el Espíritu Santo sodomizaba al Hijo.
El contexto y circunstancias de ambos mundos son distintos y
contrapuestos, la política esta al servicio de la sociedad y sus agentes
(llámesele funcionarios, representantes o servidores públicos) están sometidos
al escrutinio ciudadano de manera diaria y permanente; su actuar, por tanto,
debe ser apegado a las normas de convivencia social, mismas que aceptan como
sustratos básicos de la libertad, la libertad de expresión vista desde una
óptica crítica, a través de la cual se puede construir un debate público
sustantivo.
La religión, sin embargo, tiene un paralelismo diferente, ya que se
constriñe a las convicciones más profundas e individuales de cada persona y cultura,
como lo apuntará Huntington, las cuales deben ubicarse en un rango de tutela de
derechos diferenciado, mismos que se ubican en la esfera privada de las
personas. Hasta aquí por lo que hace la
debate terrorismo vs identidad cultural.
Vayamos a las diferencias entre Francia y México. Al respecto,
iniciemos por reconocer que la nación gala cuenta con instituciones solidas y cuerpos
de seguridad que cuidan y protegen a sus ciudadanos, que en contrapartida con
nuestro país no permiten ser trastocadas por intereses privados que den pauta a
prebendas electorales, clientelismo político y, más peligroso aún, componendas con grupos terroristas o
delincuenciales. ¿Cómo hubiera sido calificado por el mundo el gobierno de
Hollande de no haber actuado con inmediatez ante un acto terrorista? ¿qué
credibilidad tendrían sus instituciones de no haber ubicado a los culpables,
independientemente de las consecuencias funestas que hubo como resultado de su búsqueda,
y que concluyera con la ejecución de los terroristas como resultado de un
impresionante despliegue de las fuerzas de seguridad? ¿cuál ha sido el reproche
ciudadano contra el gobierno de Hollande, mas allá del llamado de los franceses
a la unidad y la conciliación “sin miedo”? La respuestas a estas cuestiones,
tan básicas, nos hablan del profundo paralelismo que tienen México y Francia.
Cuando somos el país con el mayor número de homicidios registrados
en contra de periodistas; cuando la fiscalía ha sido incapaz de dar con el
paralelo de 43 estudiantes desaparecidos y presuntamente ejecutados por un
grupo delincuencial; cuando las mismas autoridades son incapaces de asumir el
costo político de sus omisiones y decisiones, en detrimento de la objetividad y
rectitud que el servicio público merece; cuando el titular del Ejecutivo
mexicano, su cónyuge y su círculo cercano están inmersos en una relación que
evidencia conflicto de intereses… qué podemos esperar de nuestras instituciones
y por consecuencia de nuestros políticos, absolutamente nada.
Sin duda, Francia nos da una lección de que será siempre
preferible un esquema de ejercicio de libertades (a pesar de los excesos a la
libertad de expresión que prima dentro de su territorio), que uno de complicidades,
colusión e impunidad; resguardado y tutelado por instituciones eficientes,
transparentes y responsables, que actúan con determinación ante eventos que
pretenden sembrar el terror como instrumento que infunda temor y zozobra para
acallar las voces y consciencia de la sociedad.
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