Es curioso observar la actitud de algunos analistas y periodistas en México al defender los dislates del primer mandatario; luego de la crítica generada por el ya celebre HASTAG #YaSeQueNoAplauden, pasando del error de calculo político, a las definiciones del absurdo de llamar a la crítica y sátira al Jefe de Estado mexicano de “opinión políticamente incorrecta” se pretende justificar y enjugar los errores, impericia y, por que no llamarlo, candidez del Presidente con sus tropelías a la hora de expresarse con basta soltura en sus comunicados y discursos oficiales, de la teatralidad del discursos político que ha caracterizado a las élites del poder, hemos pasado al abuso y desfachatez del discurso de la clase política, la falta de sinceridad y convicción con un país y un proyecto para el mismo queda aislado en palabras huecas.
La crisis de legitimidad que impera en México es de preocupar, dado que desde la década de los noventas nos alejamos como país en la indolencia económica y el abuso clientelar que origino una crisis, ahora inmersos nuevamente en una crisis mayor desatada por la violencia, lo último que puede permitir México es la descomposición de las instituciones públicas ante los dislates de la clase gobernante que tras la perdida de confianza ciudadanía pone en tela de juicio su legitimidad. Es considerar en el fondo que ciertos actos de corrupción son tolerables y, por lo tanto, no apoyar vigorosamente su criminalización, deja de lado un aspecto fundamental, la rectitud y honestidad pública representada en la responsabilidad política de todo representante popular. No se trata de un asunto de heroísmo el exigir a estos sus declaraciones patrimoniales y de intereses, como atinadamente transparencia mexicana lo ha impulsado; se trata de reivindicar el carácter del ejercicio público alejado de la hipocresía, el abuso y lo superficial.
La única verdad de la historia, es que la capacidad del dinero para generar influencias es muy elevada, si se le compara con otras formas de influencia política como los votos o el carisma, porque el dinero no sólo es convertible en otros bienes para alcanzar ciertos fines, sino porque puede ser utilizado en cualquier momento. Un empresario puede obsequiar un auto o una casa a un alto funcionario por haber ganado una licitación, sin embargo, lo peligroso de permitirlo es la sumisión del poder público al poder económico, factor que demerita la calidad de la democracia, socava la legitimidad de un gobierno, y afecta en demasía el desarrollo de una sociedad.
Si bien es cierto que gobernar es más complicado que hacer campaña, como sostiene el asesor de la Casa Blanca Axelrod [2015, Creyente: Mis cuarenta años en la política], la política no debe perder su sentido y vocación, no es un negocio, y en el mejor de los casos debe ser el medio para ofrecer oportunidades y dignidad a la sociedad.
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