Vivimos tiempos
de convulsión social, la ciudadanía se expresa más activamente, cuestionamos y
confrontamos, desde las movilizaciones por transgresiones a los derechos
humanos, hasta la lucha por derechos conculcados para las minorías LGTB, sin
dejar de lado las violentas protestas en contra de la reforma educativa.
Estamos
insertos en tiempos en los que la incertidumbre e indignación social se
polarizan cada vez por prensa de queroseno y discursos incendiarios.
La
hipercomplejidad del ser humano y el hecho de que los políticos son atraídos
por la animadversión y veleidad del poder puede ser una explicación sugerente
para comprender la desafección y desconfianza. Los partidos políticos no están
cumpliendo con sus funciones: auténtica representación, la selección de cuadros
competentes para gobernar, y el reconocimiento de los ciudadanos como sujetos
políticos. Ante ello la necesidad de encontrar una acepción más contemporánea
del quehacer político, pasando del entendimiento tradicional del ciudadano -
cliente al del observador externo que debate y contraviene el estatus quo, aquel que hoy entiende lo político
y politizado como la suma de todos los males y centro de tópicos y lugares
comunes.
Y es que todos
de alguna manera, con mayor o menor frecuencia, referimos a la política desde
el válido cuestionamiento que hacemos del comportamiento cínico de los gobernantes
y sus decisiones, nos oponemos – justificadamente
– al incremento intempestivo del costo de los servicios, debatimos conflictos
vecinales y de movilidad en la sobremesa y, a su vez sugerimos soluciones a
problemas nimios en casa. Todos de alguna manera están insertos en lo público
que nos trasciende y contamina.
Pero qué es en
escancia la política, más allá del reduccionismo negativo que de ella se
percibe. La política es – quizás – acción para transformar, para comunicar y
dar cauce a nuestras expectativas, es el medio para generar oportunidades; la
política es la herramienta de gestión del conflicto social, en la que no hace
falta un representante popular sino tino y atrevimiento para hacer valer
nuestros derechos con participación bajo el cumplimiento estricto de nuestros
deberes.
Una sociedad
sin política es una sociedad condicionada al fracaso.
Fracaso que a
dado pauta a la confrontación de ideologías nihilistas cuyo trasfondo es tan
peligrosos como el fanatismo que exacerba en nuestros días el nacionalismo a
ultranza.
Por ello, como
sociedad requerimos de nuevos referentes de libertad, de nuevos causes para su
re conceptualizar el quehacer ciudadano, basándose en la esencia misma del
diálogo, para que las personas a través de una participación más activa vuelvan
a dignificarla la vida pública lejos de procesos electorales. Sólo quien ha
entendido bien la lógica e importancia de la acción política puede generar
nuevas expectativas y, al mismo tiempo, formular propuestas que de verdad transformen nuestro entorno. De
los medios de comunicación a los propios partidos, pasando por las organizaciones
de la sociedad civil, hay mucho que renovar, mucho que transformar.
Ésta es una
oportunidad sin parangón para no ser cómplices de la indiferencia y el narcisismo de la inconsciencia, la
participación es un valor que debemos ejercer.
Es tiempo de
empoderar nuevamente a la sociedad.
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