A la memoria de Don Pedro Tamayo, con estima y
admiración.
Su entereza y fortaleza ante los avatares de la vida
son ejemplo de respeto de nuestro aquí y nuestro
ahora.
Recuperar el valor de la honestidad[1]
no es tarea sencilla frente a la acometida de la corrupción – en México
– pero debe ser el primer paso para esbozar alternativas disuasivas (quizás no tan
creativas y originales, sino convencionales) frente a una pandemia que parece
incurable ante soluciones carentes de voluntad para generar instituciones
autónomas, bajo un armazón normativo más sólido y creíble.
Como sabemos, la corrupción es una de las principales fuentes de
descontento social. Es un factor que incentiva la violencia y, sobre todo acentúa
más la desigualdad, en un país en el que cerca de 7 millones de personas sufren
la desesperanza y el abandono, de los cuales el 40% vive en localidades
aisladas con carencias de servicios básicos como la salud, datos que muestra el
más reciente diagnóstico de CONAPO.[2]
Sabemos también que la vía electoral como justificación de la
alternancia no ha funcionado para castigar los malos gobiernos, sirviendo sólo
de fachada para una democracia simulada controlada por la colusión de los
partidos políticos. Hasta ahora, los
gobiernos de Nuevo León, Veracruz, Quintana Roo y Tamaulipas han fracasado en
mostrar gobiernos aseados con resultados tangibles para la sociedad.
Y aunque la sanción pública de rechazo también se viraliza cada
vez más, lamentablemente sólo hemos pasado de una esquiva aplicación de la ley
a la mofa colectiva, lo que nos habla de una profunda crisis de consciencia
colectiva y una contradictoria cotidianidad del ejercicio ciudadano de
discernir sobre los asuntos públicos, en donde por un lado exigimos vías
institucionales capaces de sancionar a los corruptos y por la otra somos
cómplices silenciosos del antisistema.
Por conformismo o por desinterés, se estima que el 70% de los
mexicanos están de acuerdo en permitir la corrupción, mientras que un tercio de
la población no manifiesta interés por los asuntos públicos. En suma los costos
de la corrupción son altos, para el año 2015 se estimó un gasto en actos de
corrupción de 6 mil 418 millones, lo que equivale al monto de 2 mil 799 pesos por
persona afectada de acuerdo al estudio “Anatomía de la Corrupción”, lo que
consiste al final en un impuesto regresivo sumamente infame para el país, considerando
que la Auditoria Superior de la Federación calculara 86 mil millones de pesos
utilizados en desvíos, subejercicios, despilfarros y pagos indebidos, cifra
inferior al presupuesto destinado al Seguro Popular para el Ejercicio 2017,
presupuestado en 75mil mdp, y que constituye cerca del 50% del Gasto en el
rubro de Salud, solo para dimensionar la complejidad del problema.
En consecuencia, el flagelo de la corrupción se ha convertido en
la pandemia del siglo XXI, al grado de ser la nota de cabecera del nuevos
tribunales mediáticos y la prensa de queroseno.
Luego entonces ¿Cómo lograr encausar una cruzada ética y moral en contra
la corrupción?
Desde está óptica, estimando que el problema es visto siempre
desde un punto de vista multifactorial primordialmente institucional, estimo
conveniente propiciar un análisis disruptivo teniendo como punto de partida un
aspecto quizás más etéreo, la propia naturaleza humana, siempre propensa al
egoísmo y, que para el caso de la corrupción, sus actitudes y comportamiento se
retroalimentan de una suerte histórica
de ambición al poder frente a la complacencia y la indiferencia social,
aspectos en los que la educación y la formación son claves en el cambio de
carácter de los mexicanos para construir mayor tejidos social.
Valores que predeterminan una ecuación que podemos resumir de la
siguiente manera: [A^ + Pb / Dg= –DE) Autoridades con afán de poder y riqueza
(A) más propensión individual para obtener prebendas o beneficios (Pb) en fraude
a la Ley, sobrepuesta en una escena de desconfianza generalizada (DG) en las
instituciones, cuya única y nefasta consecuencia es la acometida de una
corrupción complaciente y cotidiana, la “corrupción al menudeo” que nos impide
crecer en términos económicos con bien lo ha referido Isaac Katz[3].
Veamos ahora ¿por qué? El gobierno no existiría de no ser por la
precondición de encausar y contener a la acción humana en el ejercicio del poder,
tesis fundamental que constituye lo que denomino “ADN de la corrupción”.[4]
Ello es así, por que frente a los
valores esenciales que debieran primar en toda sociedad – la bondad y la
justicia, entre otros – prevalece la indiferencia y la idea de algunos (los
muchos) por esquivar sus acciones del escrutinio público y legal, provocando arbitrariedad,
autoritarismo y descaro en el ejercicio del poder, en contradicción a las
prácticas ejemplares de integridad del buen gobierno que nutran la democracia,
la libertad, la equidad, la transparencia y la limitación del poder por
contrapesos institucionales.
Es ahí en donde la dinámica social exige acciones ya no sólo
gubernamentales sino encausadas por la sociedad civil para provocar una
auténtica renovación de valores que encamine una acción colectiva en las
calles, en las aulas y en los centros de trabajo para de una vez por todas
acabar con la cultura de la comodidad.
Nadie dijo que sería fácil emprender una carrera contra la
corrupción, pero estimo que es tiempo de la sociedad civil, las organizaciones
no gubernamentales y la iniciativa privada por hacer nuestro y recuperar en las
calles el valor de la honestidad para luego contagiar a más en la necesidad de
generar marcos de integridad individual. Sólo así daremos pasos seguros contra
la corrupción.
[1] Hablemos de corrupción: ver: http://incidencia.com.mx/?p=24513
[2] CONAPO, ver: http://www.gob.mx/conapo/documentos/la-condicion-de-ubicacion-geografica-de-las-localidades-menores-a-2-500-habitantes-en-mexico
[3] http://eleconomista.com.mx/foro-economico/2016/07/17/corrupcion-menudeo
[4]https://www.academia.edu/25145562/EL_ESTADO_DINÁMICO_DEL_DERECHO._UNA_APROXIMACIÓN_PARA_ENTENDER_LA_CORRUPCIÓN
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