A las 21.03 horas del 15 de abril de 2017, la Procuraduría General
de la República informó a través de su cuenta de twitter @PGR_mx: “Hemos
detenido a Javier Duarte con el apoyo de la República de Guatemala”.
Lo anterior fue sin duda la nota de titulares de la prensa en
México y el extranjero. El diario
español El País titulaba: “La detención de Javier Duarte cierra el mayor
escándalo de impunidad política de la etapa de Peña Nieto” – circunstancia que
para ser francos dista mucho de la realidad.
Desagreguemos algunos elementos. La detención de Duarte se enmarca
en un enrarecido clima electoral, las apretadas expectativas en la elección del
Estado de México, las cuales han cambiado sorpresivamente los acuerdos de
impunidad entre las elites que gobiernan. La posible victoria de la Profesora
Delfina Gómez, alfil de López Obrador, frente al delfín de Atlacomulco, Alfredo
del Mazo, reemplaza por completo el tablero electoral de cara a la madre de
todas las batallas, las elecciones presidenciales de 2018, en las que hasta
ahora en todas las encuestas se da una sólida ventaja al tabasqueño en
cualquier combinación y ante cualquier rival – hasta aquí la acotación.
Ahora bien la historia de Duarte es una novela anteriormente
vista, recordemos que Guatemala es la segunda ocasión que detiene en su
territorio a un objetivo prioritario prófugo de la justicia. En 1993 el
ejercito guatemalteco detuvo a Joaquín Loera “El Chapo” Guzmán, posterior a
ello se genero la parafernalia del capo de Sinaloa, detención que se dio en un
clima enrarecido de cara a la elección presidencial. Ahora, de igual manera como hace 24 años,
Guatemala, previó a un proceso electoral que enmarcará el juego de la silla
presidencial, detiene sorpresivamente al ex gobernador defenestrado por
corrupción, quien difícilmente restituirá al erario los recursos robados.
Si bien, el combate a la corrupción ha sido uno de los temas más sentidos
en la presente administración federal, las acciones de disuasión y combate son claramente
inoperantes. Pues si bien no es un hecho reciente en el país, los datos indican
que el problema ha escalado en la percepción de los mexicanos. Desde agosto del año pasado se evidencia un
repunte importante entre quienes califican de forma negativa el trabajo
realizado en el combate a la corrupción. Actualmente, sólo 13% considera bueno
el desempeño del Presidente frente a un 68% que considera su labor como muy
mala o mala para frenar el flagelo.
Sin embargo, en política toda combinación es la suma de factores
para un fin ulterior, en donde la aparente voluntad política no es suficiente
para que las instituciones desempeñen una función clave que mejoren la eficacia
del gobierno en materia de combate a la corrupción. Demos algunas pistas, dar
pauta a un compromiso creíble y sin restricción para consolidar un
incipiente Sistema Nacional Anticorrupción
es un propósito que se ve cada vez más lejano ante los traspiés que desde la
sede parlamentaria se han puesto para la inoperatividad del propio sistema.
De modo que hace falta mucho para cambiar el tradicional
servilismo parlamentario por un ejercicio más responsable de la función
legislativa en donde los diputados y senadores conciban a la ley como un
dispositivo que proporciona un lenguaje, una estructura y una formalidad
particulares para ordenar las cosas que ya están descompuestas bajo una lógica
más racional y no sólo como artificio cosmético.
Lo anterior, nos lleva a aventurar conclusiones preliminares y
sostener la necesidad de contar con políticos más profesionales que comprendan
la necesidad de fortalecer sociedades que promueva la rendición de cuentas como
única vía para cambiar las reglas no escritas del perverso juego de los
absurdos del poder.
Soy partidario de una de las premisas sostenidas por el “Word
Development Report 2017”, en el sentido de afirmar que: “la ley puede efectivamente reestructurar las
preferencias y coordinar las expectativas sobre cómo se comportarán los demás,
sirviendo como un punto focal. De esta manera, el derecho puede actuar como una
señal -una expresión- para guiar a la gente sobre cómo actuar cuando tienen
varias opciones o (en términos económicos) la presencia de equilibrios
múltiples”. Lo cual será una realidad
cuando los creadores y operadores del derecho sean más profesionales en el
ejercicio de su función, evitando que más Duartes se burlen sínicamente de la
ley y su aplicación como hasta ahora acontece.
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