“Lo
único implacable de la vida es el tiempo que ya pasó”, señala con agudeza
Luis Rubío en su columna para el periódico Reforma: “atrás o adelante”. El
mismo Rubío hace una apología de nuestro tiempo recordando las palabras de
Albert Camus y sostiene que, “indudablemente cada generación se cree destinada
a rehacer el mundo. La mía [quizás la nuestra – invariablemente] sabe que no lo
logrará…” No por falta de merito, talante o tino para encausar una verdadera
transformación, sino porque como afirmara el mismo Camus, por que nuestra
generación es “heredera de una historia corrompida, en la que se mezclan las
revoluciones fracasadas… y las ideologías extenuadas; en la que poderes
mediocres, que pueden hoy destruir todo” han orillado al agotamiento social.
La tragedia que vive México es la tragedia de una
generación perdida y una generación hipotecada por la violencia y la
corrupción. Javier Valdez [periodista asesinado en Sonora por defender la
libertad de expresión] escribiría que los entes sociales “somos homicidas de
nuestro propio tiempo”, ello es así debido a que “la niñez recordará esto como
un tiempo de guerra… [¿Por qué? porque] tiene su ADN tatuado de balas y fusiles
y sangre”, lo que equivale a la forma
más cruenta de coartar la esperanza del mañana.
Nuestro tiempo, es un tiempo que ha
enmarcando mal los problemas desde su origen, por tanto el coste de las
alternativas parece lejano, nos la pasamos quejándonos sin dar soluciones a
nuestro problemas de manera más juiciosa, primeramente por que vivimos un
momento en donde las emociones parecen estar por encima de la racionalidad,
generando una perspectiva conformista y a su vez confrontacional, en la que el
despertar ciudadano se queda sólo en el hartazgo, en el hastió, en el reproche diario
del latrocinio y el cinismo de oligarquías ancladas en instituciones y
personajes que se resisten a la evolución; nos vemos atrapados en la última
hora, el último debate, el último enjuiciamiento, la última elección, el último
homicidio y la última protesta ciudadana.
La embestida de nuevos tiempos es
inminente, pero aun nos falta mucho para asumir una ciudadanía plena, una
ciudanía que no se ejerza por incentivos perversos. Ya Keynes al término de su
discurso sobre las ideas sentenciaba que: “los hombres prácticos, que creen
estar completamente exentos de cualquier influencia intelectual, suelen ser
esclavos de algunos difuntos… Pero tarde o temprano, son las ideas, no los
intereses creados, los que son peligrosos para bien o para mal” en nuestra sociedad.
Es aquí en done el paradigma de Camus
colapsa frente a la potencia de las redes sociales y las nuevas tecnologías al
transfigurar la impronta del ciudadano común y robustecer una masa crítica, aun
en gestación y metamorfosis dentro de la sociedad líquida en la que nos toco
vivir, una sociedad interconectada en la que se acabaron las fronteras y, en la
que se enriquece el debate y la reflexión de lo público desde perspectivas
diferentes.
Pero seamos cautos, lo anterior no es
suficiente para afirmar que ésta generación haya encontrado su propósito. De
modo que, el reto de nuestra generación, como sostuviera Mark Zuckerberg en Harvard, “es crear un mundo
en el que todos tengan un sentido de propósito” más allá de sólo recompensar el
éxito pasajero y efímero de la vida, para de esta forma ser capaces de modelar
nuestro presente para dejar un auténtico legado a la posteridad.
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