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Indignación.

A la memoria de aquellas mujeres,
 A las que como sociedad hemos fallado por prejuicios insanos. 






Indignación, sí, por supuesto y no es para menos.

La muerte de  Mara Castilla – como la de muchas otras mujeres – en las condiciones y circunstancias en que acontecieron los hechos es indignante, al igual que intolerable es aceptar que sujetos con la mínima decencia atenten contra la dignidad, la integridad y la vida de las personas por un vulgar deseo insano, despreciando la vida y atentando contra las normas mínimas del comportamiento social.

Sí, nos preciamos de ser una sociedad libre, “moderna”, una sociedad en la que en apariencia la tolerancia y respeto a la mujer es un principio que se aprende desde la infancia. Sin embargo, pese a la progresividad de nuestra sociedad, en la que se ha pugnado por alcanzar condiciones más amplias de igualdad y estereotipos de género indeterminado aún dista en la práctica por garantizar la plena igualdad, pero sobre todo el respeto para vivir en paz y tranquilidad.

Las estadísticas de violencia son un indicador que debe leerse con atención dada las crecientes narrativas de mujeres victimizadas y revictimizadas por una sociedad contaminada y llena de ofuscaciones.

Aceptémoslo, vivimos inmersos en una cultura sexista, cuya práctica cotidiana se normaliza y pugna por el afán de prohibir y siempre cuestionar ciertas conductas por el simple rol de género como deporte nacional.   

Pero para ser francos, me agobia en demasía pensar en la mente corta e inconsciente que alimenta esa cultura de sobajar a la mujer, la cual se viraliza y retroalimenta con mensajes de personas que responsabilizan a los padres por el comportamiento de sus hijas, para quienes la libertad y el respeto no tiene significado alguno.

Una sociedad en la que el sentido de respeto es vago y perecedero. Responsabilizar a las víctimas por su comportamiento, vestimenta y cualquier otra condición, es francamente inaceptable. Para muestra veamos los sendos comentarios en redes, alegatos de periodistas así como el posicionamiento de un rector universitario, que evidencian una sola cosa,  nuestra sociedad está en completo estado de degradación, somos una sociedad confundida y alimentada por la indiferencia,  en la que pareciera que es más fácil criticar que pensar racionalmente, por eso es que la mayoría de la gente prefiere juzgar bajo la consigna de un sentido común que ni siquiera parece comprender.

Hoy Mara está muerta y lo acontecido nos llama a una profunda reflexión.
No podemos tener oídos sordos y debemos protestar con mayor determinación, pues hemos fallado.

Si nuestras autoridades son en demasía incompetentes, como sociedad no podemos ser indiferentes para sembrar el camino de una renovada acción colectiva que reivindique la tranquilidad de vivir en ambientes sanos a partir del respeto a la vida y la dignidad.

La memoria de Mara Castilla, y de todas aquellas mujeres y familias que han sufrido la vejación y el atentado a su integridad, no debe jamás ser tolerado.

Es una responsabilidad compartida y, un llamado a la solidaridad y a la prevención para evitar que esta práctica deleznable que tristemente pareciera normalizada no vuelva a ser la debilidad de nuestra miseria como sociedad. 

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